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Para el ojo humano no hay mucha similitud entre la mano de una persona y la aleta de un pez dorado. La mano de una persona está al final de un brazo. Tiene huesos que se desarrollan a partir del cartílago y contienen vasos sanguíneos. Este tipo de tejido se llama hueso endocondral.
Un pez dorado tan solo desarrolla un pequeño cúmulo de huesos endocondrales en la base de su aleta. El resto de la aleta está conformada por rayos delgados, hechos de un tejido completamente distinto, llamado hueso dermal. El hueso dermal no se desarrolla como cartílago y no contiene vasos sanguíneos.
Durante mucho tiempo estas diferencias han intrigado a los científicos. El registro fósil muestra que compartimos un ancestro acuático común con los actinopterigios que vivieron hace unos 430 millones de años. Las criaturas de cuatro extremidades con espinas dorsales —conocidos como tetrápodos— habían evolucionado hace 360 millones de años y continuaron su desarrollo al colonizar la tierra firme.
Durante más de dos décadas el biólogo evolucionista Neil H. Shubin ha investigado esta transición de dos maneras radicalmente distintas.
Cuando no está cavando para encontrar fósiles, Shubin dirige un laboratorio en la Universidad de Chicago, donde él y sus colegas comparan cómo los tetrápodos —los ratones, por ejemplo— y los peces se desarrollan como embriones.
Sus embriones comienzan con una apariencia muy similar que consiste en cabezas y colas sin muchos componentes entre esas dos partes. Entonces se desarrollan dos pares de brotes en sus flancos. En los peces, los brotes se convierten en aletas. En los tetrápodos, se vuelven extremidades.