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La linde entre lo real y lo imaginario nunca es precisa. Grosso modo es claro que pueden separarse, pero hay casos límite en que se confunden. Azul y rojo son muy diferentes, pero hay tonos de color que son a la vez rojos y azules y se disciernen a gusto del discriminador, así tenemos recuerdos que creemos exactos y legítimos y luego puede suceder que se demuestre que no, que el recuerdo es falso, que eso que creemos memorar lo hemos inventado y nunca sucedió. Pasa todos los días. Propongo a continuación muestras de esta niebla densa al zanjar cuándo algo es fabulado y cuándo es cierto y averiguado.
En el inigualado show de la orquesta de virtuosos del gran maestro Dámaso Pérez Prado figuraba, junto a un bailarín obeso mórbido (la gracia de un gordo que baila, sobrepeso en cumplido ritmo y compás, es siempre deslumbrante), tres ágiles enanos y una bailarina a la que llamaban Mosquito. Mosquito era muy alta y corpulenta y salía a escena con zapatos plateados de plataforma de veinte centímetros que la hacían lucir como descomunal giganta, pero su preciso contoneo a ritmo, ritmo sincopado, por ejemplo, era sí, chico, incomparable.
“El día 23 de mayo de 1793 en la ciudad de Oaxaca llovió ceniza negra, densa, que hizo caer tiniebla en el mediodía y difundió olor a canela. Llovió esta ceniza durante ocho horas, de las 12 del día hasta las 8 de la noche. Nadie ha podido dar razón del fenómeno y los sabios cerebran confundidos.” Diario de sucedidos curiosos, José de Gómez y Pontón.
“Son los peces mudos por carecer de pulmones, de arterias y de garguero”, notó Fabiano, y Sor Juana en el Primero Sueño dice de los peces dormidos que “mudos eran dos veces”, y Calderón de la Barca canta, tan entusiasta como errado, “nace el pez que no respira”. Ese mundo de silencio ya no impera en las profundidades. Aunque ni las canciones trasatlánticas de las ballenas, antes de moda, hoy olvidadas, ni los agudos grititos, alfileres auditivos, de los delfines, refutan el silencio de los peces, porque, como se sabe, ni ballenas ni delfines son lo que se llama peces. Ahora, del pez perico de los mares de Indonesia, único pez que se impulsa con una especie de hélice situada en las aletas de la cola, se dice que en las profundidades imita el habla de los delfines aunque sin entender lo que está diciendo. (Woody Allen: “hablo francés pero no llego a entender lo que estoy diciendo”.)
Ahora, si atendemos al vocabulario de la cita, un tanto sosa, del naturalista Fabiano observamos que “garguero” es voz expresiva y vigorosa, aunque un tanto arrufianada, pariente de las muy lucidoras y patibularias “gañote” o “gaznate” (cualquiera, menos “garganta”, palabra insípida si las hay). El Cavernario Galindo, legendario luchador, me contó en una entrevista: “hablo así (muy ronco) porque en una lucha me aplicaron el candado, una llave, y me fregaron el tragadero”. “Tragadero” es voz hermosa y llena de plasticidad. “Fregaron” ya es palabra delincuente, pero insustituible por su robusta elocuencia. En esa misma conversación me habló el Cavernas de la famosa noche en que del público le arrojaron al ring una víbora viva y él, para certificar su fiereza, se la llevó a la boca, la mordió y la partió en dos: “no solo sabe horrible, comentó, lo peor es que era blanda como ostión, con cierto sabor que recordaba al del papaloquelite, y me dio asco: escupí el pedazo, pero no vomité”.
Aspectos de la vida erótica de la anaconda, Eunectes murinus, la serpiente más grande del mundo: “los biólogos han logrado asistir al apareamiento de la anaconda. En la región de Los Llanos, en Venezuela, los naturalistas toparon con la escena, y era así: una única hembra, pasiva y al parecer indiferente, se hallaba entrelazada hasta con doce ansiosos machos (mucho más pequeños) en una activa masa apelotonada conocida como ‘bola de apareamiento’. Los expertos aseguran que estas novias son visitadas y cubiertas hasta por diecisiete consortes por un período que dura, no algunas horas, sino entre cuatro y seis semanas. Las bodas tumultuosas de estas culebras plantean numerosas incógnitas, entre ellas cuál de los galanes va a ser realmente el padre y qué es lo que hacen las culebras en esos montones durante tanto tiempo”. (La actitud de los naturalistas frente a estas frenéticas, multitudinarias, pululantes, dilatadas y redondas orgías tiene una asepsia y un candor deliciosos.)
Existe una bestia que se llama pata de hiena que no es la hiena carroñera, que hay que recordar, es corpulenta y acanallada, sino más bien parece liebre, y da los buenos días con un gruñido, luego acomete por la espalda y muerde el calcañar. El animal es cobarde y furioso y tiene ponzoña que no mata, pero causa ardor insoportable y urgentes obsesiones gastronómicas. Vive en el desierto.
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