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La pérdida del prestigio social de la carrera docente en los últimos años se ha producido fundamentalmente por los bajos sueldos asignados a esta profesión y a la menor exigencia de ingreso en las instituciones que forman de estos profesionales, al no resultar tan atractiva como antes.
La profesión docente es muy importante para la sociedad. Tradicionalmente así se había entendido, el maestro o docente tenía que ser una persona culta, de buena presentación, de elegancia al comunicarse y conocedor de muchos temas de la vida cotidiana. El docente era consultado por las personas de la comunidad y se le tomaba como una figura con la autoridad que le daba el saber.
La sabiduría del docente se evidenciaba no solamente en el aula de clases, sino también en el abordaje de las situaciones de la vida y ello infundía respeto por parte de las comunidades que ponían en sus manos su valor más preciado: la educación de los niños y jóvenes.
Con la educación mayormente en manos del estado, los sueldos de los docentes pasaron de ser representativos de las exigencias y cualidades personales y profesionales a los de cualquier empleado público. El desprestigio llegó cuando ya no resultó atractivo ser docente para los estudiantes con las mejores calificaciones y cualidades personales.
Ante la baja significativa de aspirantes a docentes, las universidades se vieron en la necesidad de modificar sus exigencias de ingreso a la carrera, lo que mermó su propia autoestima profesional. Ya la mejor profesión del mundo no era bien considerada por el primer ente empleador como lo es el estado, pasando a tener la misma altura de un empleado público, percibido socialmente como ineficiente.
También ello ha influido en el cambio de relación del docente con su comunidad. En la actualidad es frecuente ver cómo los padres le restan autoridad al maestro y hacen reclamos que bien puede y debe aprender a hacer el estudiante. En casa al maestro se le descalifica y se le resta autoridad.
El mismo docente ha cambiado, porque a los mejores ya no les interesa enseñar. Quizá en la actualidad las exigencias sean las mismas y las recompensas morales sean muchas, pero la compensación que implica una vida digna, de dedicación extraordinaria, de trabajo en casa y en la escuela, ya no es comparable con los tiempos antiguos.