Respuestas
Respuesta:
Hasta los diez años, la niñez fue un paraíso para Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura. Era, dice más de sesenta años después de aquel periodo de plenitud, “una especie de armonía dichosa”. “Todo aquello, sin duda, me llenó de reservas, de ternura, de delicadeza, de sensibilidad, pero no me preparó para enfrentarme a la cruda realidad. Por eso, cuando este enfrentamiento llegó fue mucho más traumático y cruel de lo que hubiera sido de haber tenido una infancia menos feliz”. El encuentro con la realidad marcó, a los diez años, el principio de su adolescencia
Respuesta:
Explicación:
Este hombre tiene 76 años y es uno de los escritores más célebres del mundo. En algún momento de sus múltiples actividades vuelve a ser el niño que fue. Se advierte, como un celaje, en sus ojos aturdidos ante el horror o la belleza o cuando toma notas como cuando era un reportero meritorio en un periódico de cuya oscuridad nacería su mejor novela, Conversación en La Catedral.
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Se ve en sus ojos cuando algo a su alrededor pierde sentido o sustancia, cuando está perplejo y no sabe a qué agarrarse. Entonces Mario Vargas Llosa, aquel niño, busca alrededor un punto de apoyo y siente que todo vuelve a cobrar sentido.
Él es el niño aturdido, lo sigue siendo. Cuando recogió el Nobel en Estocolmo, en diciembre de 2010, hizo un discurso en cuyo núcleo vino a contar que si no hubiera sido por su madre, en aquellos años en que se creía huérfano de padre, y por la compañía de aquella prima que lo despertaba lanzándole baldes de agua y que luego sería su mujer, Patricia Llosa, su desorientación hubiera sido total, la vida de un niño que no sabe qué hacer con la vida. Y lloró sobre esos recuerdos.
En uno de aquellos días de Estocolmo, este hombre maduro cuyos libros se esperan como acontecimientos se sintió en la necesidad de recorrer, en su discurso, pero también en los tiempos que le permitieron los suecos, las huellas de su infancia. Y como no lo dejaban en paz, a veces se le veía recorrer solo las calles heladas. Una vez, en medio de aquella vorágine, perdió la voz, literalmente, como si el golpe seco de su memoria hubiera caído sobre él y lo hubiera hecho regresar al silencio de los niños.