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San Alberto Hurtado vivió la regla de oro y el mandamiento del amor teniendo en cuenta que su profesión es un sacramento que definía su identidad y su misión. San Alberto Hurtado estableció que debía ejercer su ministerio con la mayor plenitud posible de vida interior y de actitud exterior compatible con la primera. El amor entendido como donación: amor a Dios sobre todas las cosas y amor al prójimo como Cristo lo amó.
San Alberto Hurtado profesaba el amor, celebraba el amor, vivía el amor y oraba en el amor.
También otra regla era ser un buen soldado de Cristo, el ministro de Dios y el padre de las almas, reconociendo que su trabajo no tiene compensación en la tierra. Para San Alberto Hurtado ser sacerdote es una vocación de amor enviada por Dios. En la vocación encontraba felicidad.