• Asignatura: Castellano
  • Autor: maelenaluis
  • hace 8 años

Nesecito una versión humorística de la leyenda del muerto del candelerazo

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Respuesta dada por: krerivas
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La  leyenda  del muerto, Candel y Erazo.

Cuentan las gentes que en el antiguo Quito colonial se acostumbraba velar a los muertos en las iglesias, actos que duraban varios días, dos, tres o más, dependiendo de la altura del difunto. En las noches, empero, solo los horroristas y los satíricos se quedaban, pues las personas cuerdas del pueblo temían que, de quedarse más allá de las doce, se les apareciera un fantasma en el tren. Una noche, por allá en 1700 y pico, en San Agustín aconteció un velorio de 2 metros 50, condecorado oficial del ejército. En la víspera de la media noche del séptimo día, la muchedumbre exhausta y temerosa le dejó el pelero al marcial cuerpo velado por temor a que un ánima aburrida decidiera gastarles un buen espanto. Quedando el cadáver custodiado por los sacristanes de turno, Candel y Erazo.

Candel y Erazo eran uña y mugre, muy buenos amigos. Vivían cerca desde niños y existía gran confianza entre ellos. Esa noche Candel estaba sinceramente fastidiado, exasperado por tanta liturgia y sollozos interminables, decidió gastarle una broma a Erazo, al cual le pidió que fuese a comprar un perro caliente en la casa de Doña Petrona. Aprovechando la ausencia del amigo, se apresuró a sacar al finado del ataúd boutique, hecho a la medida. Erazo a su regreso se desconcierta por la soledad de la estancia, y está a punto de esfumarse cuando escucha una voz de ultratumba proveniente del ataúd y acto seguido se abre dejando ver un cuerpo que se incorpora haciendo muecas y sonidos terribles. Atónito por el macabro espectáculo, se desvanece. Al volver en sí se encuentra en el propio ataúd, junto a su amigo y ante ellos el muerto con un candelabro en mano. Este, en venganza por el ultraje, prende fuego al ataud con los dos sacristanes. Fue el triste fin de Candel-Erazo. Al finado militar nunca lo encontraron. Dicen que desde entonces monta guardia en los velorios, para velar por la dignidad de los velados.

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