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En los barcos negreros que los trasladaban desde los castillos de la costa africana -Isla de Bunce, Elmina-, a Brasil, el Caribe o América del Norte, la crueldad superaba cualquier límite. La estrechez, el hambre, la sed y las enfermedades hicieron del viaje por mar una pesadilla que fue la tumba de muchos. De hecho, pese a que se escogía para esclavos a "hombres jóvenes y fuertes o negras jóvenes y con grandes pechos", según un negrero inglés, al menos el 25 % nunca llegaron a su destino. Iban amontonados sobre plataformas de madera dispuestas a varios niveles en las bodegas, sin espacio para mantenerse erguidos, con grilletes y "aplastados como los muertos en sus ataúdes, no podían darse la vuelta ni mover un palmo", según el médico naval Thomas Trotter. Una ración diaria de gachas de maíz era la dieta habitual. Muchos murieron de desnutrición, cuando no por sarampión, escorbuto, viruela o disentería.