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El viejo librero, el señor Culto llega un día muy temprano a su librería y se encuentra con una nota. Al leerla se sorprende porque en ella se puede leer una queja de los libros de su establecimiento. La protesta es liderada por los libros infantiles y secundada por el resto de sus compañeros de los estantes. Todos ellos se quejan de que diariamente la librería se torna un caos, por los niños sin control que tiran, patean y deshojan a los pobres libros sin piedad.
Ante tal hecho, el desconcertado señor Culto decide tomar acciones. La primera de ellas es envolver los libros con plástico. Esta acción fue rechazada por los mismo libros quienes alegaron que esta cubierta los ahoga. Alegaron también que, la cubierta plástica dificultaba su apertura. Al final eran igualmente maltratados por los niños quienes frustrados los arrojaban con fuerza al piso al no poder abrirlos.
Seguidamente, el señor Culto, probó colocando una pequeña mesita con sillas para que los niños pudieran sentarse cómodamente a leer. Esta idea tuvo muy buena recepción en una niña quien era asidua visitante de la librería. Su actitud, al final, motivó a los niños que hacían el desorden quienes terminaron imitandola. De esta manera, los libros se quedaron tranquilos al ver que los niños cambiaron de actitud.