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El cambio climático parece implicar no sólo un aumento de temperatura, sino que el menú también incluye, entre otros platos, eventos de intenso frío, tal vez como los que tuvimos recientemente en el país. Y la pregunta es: ¿cómo harán frente los seres vivos a las bruscas oscilaciones climáticas que se vaticinan? Si bien no todo está en los genes, en ellos es posible hallar alguna clave de la resistencia a temperaturas extremas. El doctor Fabián Norry, investigador de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, informa, en Molecular Ecology, sobre una variante genética en la mosca Drosophila melanogaster que le brinda resistencia al estrés por temperatura. Junto con Federico Gómez, becario del Conicet, y Volker Loeschcke, de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca, Norry halló una región del genoma de la mosca Drosophila que es crucial para resistir las temperaturas extremas. Esa región se localiza en uno de los mayores cromosomas de la especie, y contiene múltiples variantes, una de las cuales le confiere resistencia a las altas temperaturas. “Lo más interesante es que esa misma variante genética también la hace muy susceptible al frío”, subraya Norry. Es decir, la mosca capaz de resistir el calor, no está en condiciones de soportar el frío extremo. En tal sentido, esa variante genética podría poner en peligro la subsistencia de la especie si se dan cambios climáticos muy bruscos. “Esta pequeña mosca ha sido muy exitosa en su adaptación a muy diferentes climas, ya que habita amplias regiones geográficas de casi todos los continentes, desde zonas tropicales a zonas templado-frías”, comenta Norry, investigador del Conicet. En general, la investigación en conservación se centró en determinar el tamaño mínimo que debe tener una población para no extinguirse. Sin embargo, según el investigador, “si uno quiere estudiar la capacidad de los organismos para afrontar un cambio climático, es fundamental considerar la base genética de la tolerancia a los cambios de temperatura”.
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