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implica que, con demasiada frecuencia, el sociólogo, el filósofo o el historiador dan acríticamente por buena la autocomprensión del nacionalismo; aceptan inadvertidamente lo que el nacionalismo dice o piensa acerca de sí mismo (4). Probablemente una ideología alcanza su máximo éxito cuando consigue disimular su carácter de tal, de modo que sus postulados aparecen a todos
como neutrales constataciones «de sentido común», y no como opciones ideológicas cuestionables. El nacionalismo ha triunfado en ese sentido: ha conseguido informar la percepción de la realidad de generaciones enteras (5). Así,
tanto muchos científicos sociales —supuestamente equipados de una perspectiva etic que les debería garantizar una distancia crítica frente al discurso nacionalista— como muchos ciudadanos ordinarios que no se consideran nacionalistas dan implícitamente por válidos los supuestos básicos del nacionalismo: que las «naciones» existen, que aspiran naturalmente a constituirse en
Estados, etc. (6). Casi todo el mundo sigue viendo a la «nación» como una
realidad natural, y no como una construcción ideológica.
El nacionalismo encubre su carácter ideológico, por ejemplo, travistiéndose en emoción; se confunde frecuentemente al nacionalismo con el sentimiento de pertenencia, la natural pulsión de amor a los orígenes, al terruño
natal, a la lengua materna, etc. (7). En la medida en que el apego a las raíces
(4) En ocasiones, los estudiosos que investigan el fenómeno nacionalista profesan ellos
mismos la ideología nacionalista: en este caso, la absorción de la perspectiva etic por la emic
es inevitable. Pero en otros casos se asiste a la asunción tácita de supuestos nacionalistas (empezando por el propio concepto «nación») por parte de investigadores que no se creen nacionalistas: «la aceptación del concepto nacionalista de "nación" por las ciencias sociales —señala en este sentido L. RODRÍGUEZ ABASCAL— está ampliamente generalizada [...] En efecto,
el paradigma dominante en las ciencias sociales ha sido el de la existencia empírica de las naciones» (L. RODRIGUEZ ABASCAL: Las fronteras del nacionalismo, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2000, pág. 225; vid. también pág. 125).
(5) Así lo constata E. KEDOURIE: «NO ha sido el menor éxito de esta doctrina [el nacionalismo] el que sus proposiciones hayan llegado a ser aceptadas y consideradas como evidentes
por sí mismas» (E. KEDOURIE: Nacionalismo, trad. de J. J. SOLOZÁBAL, 2.a
ed., Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1988, pág. 1).
(6) Sobre la distinción entre el nacionalismo autoconsciente o explícito, y el nacionalismo
«inconsciente», ambiental y difuso («nacionalismo vivido, pero no sabido, ni siquiera nombrado»), cf. P. A. TAGUIEFF: «El nacionalismo de los "nacionalistas": un problema para la Historia
de las ideas políticas en Francia», en G. DELANNOI-P. A. TAGUIEFF (eds.): Teorías del nacionalismo, trad. de A. LÓPEZ, Paidós, Barcelona, 1993, pág. 67 y ss., así como J. TOUCHARD: Tendances politiques dans la vie francaise depuis 1789, Hachette, París, 1960, pág. 135.
(7) F. SAVATER denuncia con su habitual agudeza la usurpación monopolista del amor
patrio por la doctrina nacionalista: «La primera [engañifa] es que el nacionalismo no consiste
más que en el amor al país en que uno ha nacido o donde uno vive, a sus tradiciones, a su lengua, etc. ¿Se le puede reprochar a alguien —preguntan doloridos los nacionalistas— este
amable y natural sentimiento, semejante al que uno tiene por su familia o por las humildes
Respuesta:El nacionalismo está más orientado hacia el desarrollo y el mantenimiento de una identidad nacional basada en características compartidas como la cultura, el idioma, la etnia, la religión, los objetivos políticos o la creencia en un ancestro común. Por lo tanto, el nacionalismo busca preservar la cultura nacional.