Respuestas
Cuenta la leyenda que hace muchísimos años hubo un terrible diluvio que inundó las tierras de japon. Las aguas arrasaron campos y los poblados a su paso, obligando a las personas y a los animales a buscar refugio desesperadamente.
Según parece, en un valle vivían dos hermanos, un chico y una chica que al ver que la corriente les alcanzaba, corrieron a protegerse en la cima de una montaña. Allí, en las alturas, encontraron una cueva seca y confortable que se convirtió en su improvisado refugio hasta que pasara el peligro.
Una vez dentro se acurrucaron para darse calor y contemplaron atónitos cómo los ríos de agua subían monte arriba a gran velocidad. Más que ríos parecían largas y gigantescas serpientes reptando peligrosamente hacia la cumbre.
Sintieron verdadero pánico al ver que en cualquier momento el agua desbordada podía alcanzarlos, pero por suerte ¡la montaña era mágica! Como si tuviera vida propia, cuando el agua estaba a punto de rebasar la cueva, la cumbre se elevó hacia el cielo. No una sino varias veces la montaña creció a su antojo para ponerlos a salvo y los hermanos dejaron de tener miedo.
Eso sí, tuvieron que enfrentarse a otro grave problema: a medida que pasaban las horas tenían más y más hambre. Se encontraban en una cueva sobre el pico de una montaña altísima rodeados de agua, lo cual suponía un inconveniente porque no había ningún lugar donde buscar alimento.
Aguantaron mucho tiempo sin probar bocado, y cuando estaban a punto de desfallecer, dejó de llover.
¡No se lo podían creer! Algún desconocido se había colado en la cueva mientras dormían y había colocado un montón de platos rebosantes de apetitosa comida sobre un mantel fabricado con hojas. Carne, mazorcas de maíz, fruta fresca… ¡Jamás habían imaginado poder darse semejante festín en esa horrible situación!
Se lanzaron sobre las viandas como lobos hambrientos y empezaron a devorarlas. Comieron hasta que estuvieron a punto de reventar y después se tumbaron boca arriba, con las manos extendidas y una sonrisa de oreja a oreja.
Esperaron impacientes a que terminara el día y la luna llena apareciera en lo alto del cielo. Entonces se agazaparon tras una roca que había en la cueva y protegidos por la oscuridad esperaron la visita del misterioso benefactor.
De repente oyeron unos extraños ruiditos y de entre las sombras surgieron cinco guacamayos disfrazados de humanos.
¡La visión fue impactante para ellos! ¡Quienes les habían dejado la comida eran cinco loros que iban cubiertos con ropas de personas!… ¡Y volvían cargados con más alimentos!
Estupefactos, salieron de su escondite para darles las gracias, pero cuando los tuvieron cerca, comenzaron a desternillarse de risa ¡Tenían una pinta tan graciosa y estrambótica que era imposible aguantar las carcajadas!
Al escuchar las burlas, los guacamayos se sintieron muy ofendidos. Sin decir ni palabra se miraron a los ojos y se largaron volando en un abrir y cerrar de ojos.
Los chicos salieron disparados hacia la entrada de la cueva y comenzaron a gritar con lágrimas en los ojos.
Los guacamayos ya surcaban el cielo muy cerca de las nubes cuando el viento les llevó el llanto desconsolado de los hermanos. No pudieron evitar sentir mucha pena por ellos y como eran animales de buen corazón, hicieron una pequeña pirueta en el aire y regresaron a la cueva de la montaña.
Los guacamayos se sintieron valorados y supieron perdonar. Desde entonces empezaron a acudir cada día a la cueva, siempre disfrazados de personas, cargados de comida que los chicos engullían con auténtico placer.
El tiempo fue pasando y el nivel del agua que lo cubría todo fue descendiendo poco a poco. El sol, cada vez más brillante e intenso, ayudó a secar la tierra y a que el paisaje recuperara el esplendor de antaño.
Por fin, una mañana los dos hermanos descubrieron que los ríos habían vuelto a su cauce y la ladera de la montaña volvía a estar a la vista ¡No quedaba ni rastro de la inundación!
Esperaron a que las aves fueran a visitarlos
Se despidieron de los generosos animales con lágrimas en los ojos y comenzaron a descender la montaña donde tantos días habían pasado.
Caminaron unos minutos cuesta abajo y echaron la vista atrás con melancolía ¡Su sorpresa fue mayúscula cuando vieron que los cinco guacamayos les seguían como perritos falderos!
Los dos continuaron felices con la pequeña comitiva detrás, y al llegar a su poblado ¡oh, sorpresa!…Los guacamayos se transformaron en seres humanos de verdad ¡Sin duda, al igual que la montaña, ellos también eran seres mágicos!
Según cuenta esta antigua leyenda, los loritos eran en realidad dioses de la selva que, hartos de disfrazarse de personas, decidieron seguir a los hermanos al pueblo y adoptar forma humana de verdad para vivir entre hombres y mujeres de carne y hueso.
Y también cuenta la leyenda que se integraron muy bien con sus nuevos vecinos, formaron parejas y tuvieron hijos que heredaron la belleza y los poderes de sus antepasados, los hermosos guacamayos.
Respuesta: Recién te lo inventé, me gusto, leelo
Araña de mentira
Esa vez creía que no iba a fallar, nunca salía perdiendo cuando se me ocurría asustar a alguien. Ya lo había hecho varias veces, pero esa vez…. me quedará grabada en mi mente para siempre. Ahora me pongo a recordar las otras veces y fueron tan divertidas… todavía me río, pero ahora no, esto es grave y en cualquier momento me vendrá a buscar la policía
Recuerdo cuando mi abuelo José me llevaba a pescar, íbamos en su auto, llegábamos al río y tirábamos la caña. Ahí era donde mi viejito, como yo le decía, comenzaba a contar historias de terror y era en ese preciso momento en donde despacito, muy despacito, sacaba de mi bolsillo algún bicho y se lo ponía en el hombro. Mi abuelo ya me conocía y después de asustarse se largaba a reir a carcajadas y los dos nos abrazábamos. Una vez le puse una araña de verdad, una araña pollito, gorda y peluda que mi mamá había matado a escobazos, pero que yo, con pegamento, le agregué hilos negros y quedó como nuevita.
Pero ahora tengo miedo, no me río, no está mi abuelo para reírse, esta vez se me fue la mano. Eso decía mi abuelo:
-¡ Ojo Cristian con lo que hacés!!Qué podés matar a alguien del susto!!!
- Pero abuelo, quién se puede morir del susto ¿Ehh?
Ahora que lo recuerdo tenía razón, pero esta vez no fue gracioso. Mi tía estaba planchando sus camisas, sus blusas y polleras largas, muy largas porque mi tía es vieja y solterona. ¡Vah!, era vieja, ahora ya no está y todos me echan la culpa. Pero lo extraño de todo esto, lo más extraño es que cuando puse sobre la tabla de planchar esa araña, la misma araña que había servido para asustar a mis abuelos, a mis tíos e incluso a mis primos, esa misma araña a la que le había pegado hilos negros, peludos, esa araña a la que le puse como ojos dos botones negros para que parezcan saltones, esa misma araña…. comenzara a caminar rápidamente y se le subiera primero a la mano, luego al brazo y se le frenara en punta de la nariz de mi tía ….hasta que al final cayó redonda, quedó muerta ahí mismo.
Explicación: