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Al igual que el hábitat, la temperatura, la humedad o el sol, la oscuridad y la luz son parámetros que también afectan a los seres vivos, especialmente a los de hábitos nocturnos. Un exceso de luz altera, por ejemplo, su ciclo reproductor. Así, aunque el ojo humano es incapaz de captar la luz ultravioleta, sí es percibida por la mayor parte de los insectos, de los que dependen sus depredadores naturales (aves, murciélagos, anfibios, peces), por lo que su ausencia puede producir un desequilibrio poblacional en muchas de sus especies. También se ven afectados los ciclos reproductivos de los insectos, ya que las barreras de luz que se forman en los núcleos urbanos impiden o dificultan su vuelo, así como deslumbramientos y desorientación en las aves migratorias.
En cuanto a la flora, la luz nocturna altera actividades fisiológicas como la fotosíntesis y el crecimiento, dando lugar al envejecimiento prematuro de distintas especies. Igualmente, las plantas que realizan la polinización en la oscuridad se ven perjudicadas por la disminución de insectos. En varios estudios se han podido constatar efectos negativos en la productividad de algunos cultivos así como alteraciones fisiológicas y metabólicas en el ganado doméstico.
Mientras se aprueba la ley, sería deseable utilizar luminarias bien orientadas (evitando la dispersión de luz hacia el cielo), sustituir las ineficientes y reducir la potencia de las lámparas (garantizando la seguridad); contratar tarifas más económicas; apagar a ciertas horas los alumbrados innecesarios y, si no es posible, utilizar reductores de flujo que disminuyen hasta en un 50% su nivel de iluminación y, por tanto, la factura eléctrica y el consumo energético.
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