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Respuesta:
¡Formar parte de la familia de Dios!
¿Qué implicará realmente la salvación —la vida eterna en el Reino de Dios— para todos aquellos que la reciban? Hemos visto que la salvación consiste en la transformación de un ser humano, frágil y mortal, en un hijo inmortal de Dios. Veamos ahora cómo esto se expresa en la Epístola a los Hebreos: “Al conducir muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos. Tanto el que santifica [Jesús] como los que son santificados son de la misma familia. Por eso no se avergüenza Jesucristo de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:10-11, Nueva Versión Internacional).
¿Se había dado usted cuenta de esto? Aquellos que entren en el Reino de Dios serán todos “hermanos”, ¡serán todos hijos de Dios! Como miembros de la familia de Dios, serán seres espirituales que vivirán eternamente (1ro Corintios 15:42-44). ¡Esto es la salvación! “Por eso no se avergüenza Jesucristo de llamarlos hermanos, al decir: ‘Anunciaré tu nombre [el del Padre] a mis hermanos; en medio de la congregación te contaré alabanzas’ … Y añade: ‘Aquí estoy, con los hijos que Dios me ha dado’” (Hebreos 2:11-13, Nueva Versión Internacional).
El hecho de que Jesús no se avergüenza de llamarlos hermanos nos muestra cuán íntima es esta relación familiar. Aquellos que entren en el Reino de Dios compartirán la naturaleza de Dios (2da Pedro 1:4) por toda la eternidad.
Dios hará totalmente semejantes a Jesucristo a quienes entren en su reino. El apóstol Juan nos lo dice de una manera muy explícita: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios … Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1ra Juan 3:1-2).
Todos los seres humanos que entren en el Reino de Dios serán transformados en espíritu; tendrán el tremendo honor de ser semejantes a Jesucristo resucitado y glorificado: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:16-17)
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