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La Luna se comporta como una buena pareja de baile que mira continuamente a su acompañante: siempre ofrece la misma cara en dirección a la Tierra. Esto es porque la Luna gira en torno a nuestro planeta con un periodo orbital que es exactamente igual al periodo de la rotación sobre su propio eje. Poco importa en qué momento miremos hacia nuestro satélite, su movimiento solo nos permite ver uno de sus hemisferios.
El hemisferio contrario, la cara oculta de la Luna, no pudo ser observado hasta 1959, cuando la sonda soviética Luna 3 fue enviada a una posición favorable para fotografiar esa zona.
La Tierra y la Luna observadas por Deep Impact | NASA
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La Tierra y la Luna observadas por Deep Impact | NASA
Las causas de esta sorprendente 'rotación síncrona' son bien conocidas. En los instantes iniciales tras la formación del sistema Tierra-Luna (hace unos 4.000 millones de años), la rotación no estaba sincronizada y se piensa que la Luna giraba mucho más rápidamente de como lo hace hoy. Posiblemente la Luna no tenía una forma perfectamente esférica, sino que era ligeramente más alargada en una dirección. Las fuerzas de marea acentuaron este alargamiento contribuyendo a que la Luna (en aquel entonces más caliente y 'blanda') se estirase progresivamente. Una vez enfriada, la Luna había adquirido una forma oblonga o, dicho de otro modo, quedó ligeramente 'apepinada'.
Hay una tendencia natural para que el sistema físico adopte la configuración de mínima energía. En el caso del sistema Tierra-Luna, esa configuración se logra con el eje más largo del satélite orientado exactamente en dirección hacia la Tierra. Esto es lo que originó la sincronización de la rotación del satélite con el movimiento orbital en torno al planeta hace unos mil millones de años.
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