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Sí. Se aproximaba a la calle Quince, rumbo a la Diecisiete, por dentro de la acera. Antes de cruzar la bocacalle tuvimos la ilusión de que se detenía. Lo vimos encogerse. En seguida se irguió, abrió los brazos, extendió su capa enorme y se lanzó a volar por encima de las azoteas, mas allá de la punta de los árboles, hacia la luna llena, enorme, brillante.
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