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Aprender es mucho más que memorizar, pero la memoria juega un rol fundamental en el aprendizaje.
Para que el aprendizaje pueda producirse, la memoria interviene directamente: la memoria sensorial determina que información conservar, después la memoria de trabajo vincula lo procesado y aprendido con la información conocida y finalmente la memoria a largo plazo almacena los contenidos para usarlos cuando sean requeridos, enviándolos a la memoria de trabajo.
Los seres humanos aprendemos inicialmente haciendo uso de nuestros sentidos, atendiendo o enfocándonos en una parte de esa información recibida por ellos. Es imposible para el cerebro humano procesar simultáneamente toda la información que captan los receptores sensoriales (oído, la vista, el gusto y tacto).
Solamente atendemos a la información que nos llama la atención o nos motiva en especial y de damos significado (percepción), el resto la descartamos o no le atendemos. Por eso nos resulta imposible repetir textualmente un párrafo, o si lo hacemos lo olvidamos pronto. Por lo tanto, tienen razón nuestros docentes cuando nos dicen que repetir no significa aprender, lo que hacemos en este caso es recordar. Hasta este punto hemos utilizado nuestra memoria sensorial.
Seguidamente toda la información percibida pasa a la memoria de trabajo. En ella organizamos el conocimiento. Aquí comenzamos a aprender, porque nos damos cuenta de las relaciones entre los elementos que conforman ese conocimiento y lo organizamos en unidades más o menos complejas. La memoria de trabajo también dura unos pocos minutos, por eso sobre ella se enfoca la actividad de los docentes, quienes nos presentan la misma información repetidas veces y de formas diferentes para ayudar a que se produzca su procesamiento, esto es, para que podamos relacionar, separar, unir, comparar, analizar, entre otras estrategias, y podamos identificar todas las unidades de conocimiento de ese contenido y cómo se relacionan entre ellas.
Este tipo de memoria nos exige tomar apuntes, graficar, hacer mapas mentales y conceptuales, hacer cuadros comparativos, esquemas y escuchar las explicaciones de nuestros compañeros de clase. Finalmente, la memoria de trabajo nos permite comprender cómo está estructurado el contenido y ya podemos explicarlo sin ver nuestras notas de clase.
En este punto interviene la memoria a largo plazo, porque ya hemos comprendido las relaciones entre las unidades del contenido y sabemos cómo están relacionadas, entonces pasamos a guardarlas en un tipo de memoria permanente. Pero no se guardan para siempre, de vez en cuando hay que usar ese conocimiento, ya sea para explicar, recordando una experiencia pasada agradable o para reacomodar los significados a las nuevas percepciones sobre el mismo tema, entonces este tipo de memoria recupera las unidades de conocimiento guardadas, las envía de nuevo a la memoria de trabajo, donde le nuestro cerebro puede agregar las nuevas unidades de conocimiento, para enviarla de nuevo, esta vez modificada con nuestras nuevas percepciones, a la memoria a largo plazo.
Todo lo que aprendemos va modificándose así en el transcurso de nuestra vida, es por la intervención de la memoria que cada vez adquirimos más experiencia y hacemos mejor las cosas que repetimos con frecuencia. Por ejemplo, cuando comenzamos a hablar podíamos usar las palabras fuera de contexto o no utilizar bien algún verbo. Después en la escuela adquirimos más vocabulario y hasta aprendemos nuevos recursos para expresarnos. Finalmente en la universidad podemos hablar perfectamente, escribir un libro o dar un discurso.
Contrario a la creencia general, es sencillo repetir o recordar algo, luego podemos entender, después podemos explicar y así vamos avanzando en la complejidad de nuestras unidades de conocimiento hasta llegar su nivel más complejo: solucionar problemas nuevos.
