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Explicación:Frente al rancho de don Juan Brown, en Misiones, se levanta un árbol de gran diámetro y ramas retorcidas, que presta a aquél frondosísimo amparo. Bajo este árbol murió, mientras esperaba el día para irse a su casa, Santiago Rivet, en circunstancias bastante singulares para que merezcan ser contadas.
Misiones, colocada a la vera de un bosque que comienza allí y termina en el Amazonas, guarece a una serie de tipos a quienes podría lógicamente imputarse cualquier cosa menos el ser aburridos. La vida más desprovista de interés al norte de Posadas, encierra dos o tres pequeñas epopeyas de trabajo o de carácter, si no de sangre. Pues bien se comprende que no son tímidos gatitos de civilización los tipos que del primer chapuzón o en el reflujo final de sus vidas han ido a encallar allá.
Sin alcanzar los contornos pintorescos de un João Pedro, por ser otros los tiempos y otro el carácter del personaje, don Juan Brown merece mención especial entre los tipos de aquel ambiente.
Brown era argentino y totalmente criollo, a despecho de una gran reserva británica. Había cursado en La Plata dos o tres brillantes años de ingeniería. Un día, sin que sepamos por qué, cortó sus estudios y derivó hasta Misiones. Creo haberle oído decir que llegó a Iviraromí por un par de horas, asunto de ver las ruinas. Mandó más tarde buscar sus valijas a Posadas para quedarse dos días más, y allí lo encontré yo quince años después, sin que en todo ese tiempo hubiera abandonado una sola hora el lugar. No le interesaba mayormente el país; se quedaba allí, simplemente por no valer sin duda la pena hacer otra cosa.
Era un hombre joven todavía, grueso y más que grueso muy alto, pues pesaba cien kilos. Cuando galopaba —por excepción— era fama que se veía al caballo doblarse por el espinazo, y a don Juan sostenerlo con los pies en tierra.
En relación con su grave empaque, don Juan era poco amigo de palabras. Su rostro ancho y rapado bajo un largo pelo hacia atrás, recordaba bastante al de un tribuno del noventa y tres. Respiraba con cierta dificultad, a causa de su corpulencia. Cenaba siempre a las cuatro de la tarde, y al anochecer llegaba infaliblemente al bar, fuere el tiempo que hubiere, al paso de su heroico caballito, para retirarse también infaliblemente el último de todos. Se le llamaba «don Juan» a secas, e inspiraba tanto respeto su volumen como su carácter. He aquí dos muestras de ese raro carácter.
Cierta noche, jugando al truco con el juez de Paz de entonces, el juez se vio en mal trance e intentó una trampa. Don Juan miró a su adversario sin decir palabra, y prosiguió jugando. Alentado el mestizo, y como la suerte continuara favoreciendo a don Juan, tentó una nueva trampa. Juan Brown echó una ojeada a las cartas, dijo tranquilo al juez:
—Hiciste trampa de nuevo; da las cartas otra vez.
Disculpas efusivas del mestizo, y nueva reincidencia. Con igual calma, don Juan le advirtió:
—Has vuelto a hacer trampa; da las cartas de nuevo.
Cierta noche, durante una partida de ajedrez, se le cayó a don Juan el revólver, y el tiro partió. Brown recogió su revólver sin decir una palabra y prosiguió jugando, ante los bulliciosos comentarios de los contertulios, cada uno de los cuales, por lo menos, creía haber recibido la bala. Sólo al final se supo que quien la había recibido en una pierna, era el mismo don Juan.
Brown vivía solo en Tacuara-Mansión (así llamada porque estaba en verdad construida de caña tacuara, y por otro malicioso motivo). Servíale de cocinero un húngaro de mirada muy dura y abierta, y que parecía echar las palabras en explosiones a través de los dientes. Veneraba a don Juan, el cual, por su parte, apenas le dirigía la palabra.
Final de este carácter: muchos años después, cuando en Iviraromí hubo un piano, se supo recién entonces que don Juan era un eximio ejecutante.
En el cuento "Tacuara Mansión", de Horacio Quiroga, se cuenta la historia de un estudiante de ingeniería argentino llamado Juan Brown. Este hombre se va a la provincia de Misiones a ver las ruinas de las jesuitas de San Ignacio.
Sin embargo hay un misterio con Brown, quien se pierde en su viaje a las misiones y no regresa más. Nadie puede explicar la rara desaparición de este hombre de pocas palabras pero pronto se va a saber cómo fue.
¿Qué podría detonar la desaparición de Juan Brown?
En el pueblo vive el francés Rivet, quien era químico. En el pueblo existe la costumbre de beber mucho licor. Brown y Rivet, una noche, se acaban la bebida y deciden tomarse el alcohol del candil.
Borrachos, se pierden en la bruma de la noche y duermen recostados en un árbol, que estaba enfrente de la Mansión Tacuara. Al día siguiente aparece Rivet muerto y no hay rastro de Brown.
Para saber más de Horacio Quiroga:
https://brainly.lat/tarea/500413
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