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Como explica la antropóloga, la posibilidad de vivir en una misma ciudad, mucha gente junta, tiene que ver con la capacidad de lograr un equilibrio en una mixtura de situaciones, en las cuales el sujeto pueda pasar desapercibido y a su vez ser visible, es decir, el derecho al anonimato y el derecho a la presencia: “Vivir entre extraños es posible, siempre y cuando, uno elija no ser visto y pueda transitar la ciudad sin tener una interacción profunda con nadie, es decir, tener una indiferencia flotante, pero a su vez, cuando uno quiera ser visto, pueda serlo y no que la visibilidad te la den los otros por una característica que uno pueda portar o que los otros marquen, como el caso típico de los jóvenes de sectores populares, identificados por ´gorrita´. Ellos no tienen derecho al anonimato en el centro, por ejemplo. No llamar la atención es una característica exitosa para la vida en la metrópolis, pero si a la vez, nadie nos tiene en cuenta, no resistiríamos tanta indiferencia, necesitamos el reconocimiento de la sociedad”.
“La ciudad supone una convivencia de personas que quizá no quieran estar juntas; sobre las que –o con las que– hay que inventar de modo permanente una cohesión simbólica (…) un deseo o una capacidad de mantenerse invisible y visible según sea el caso. Somos un montón de gente y algunos quieren vivir en las ciudades sin pensar en ello, otros las quieren sólo para sí y a otros les gusta la idea de compartirlas, describe Chaves en el capítulo de su nuevo trabajo. Y agrega: “La ciudad se define como el estar muchos extraños juntos. Porque se trata de estar entre distintos, no entre iguales. Si fuera esto último, tendríamos la experiencia del country como arquetipo. No es el caso. La escena no brega por una confianza entre iguales como punto de partida, sino como una interacción posible entre extraños”.