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A finales del siglo XVIII Europa había de ser testigo de la Revolución Industrial, sin embargo sus contemporáneos, apenas fueron conscientes de las consecuencias que tendría.
Toda la atención se encontraba puesta en el comercio.
Hasta la guerra de sucesión Holanda había sido la primera potencia comercial, pero a partir de entonces por Francia e Inglaterra, que habían de competir por el control de todas las rutas comerciales internacionales (Extremo oriente, América, y las de Europa Norte, Sur, Este, y Oeste).
El desarrollo comercial favoreció la formación de nuevas clases mercantiles e introdujo nuevos productos dentro del marco de una economía mercantilista que consideraba el desarrollo del comercio como un medio (mediante la acumulación de oro y plata) de enriquecimiento de la nación.
El desarrollo del comercio también se reflejo en el creciente volumen del transporte marítimo y en la prosperidad de puertos tales como Burdeos y Nantes en Francia y Manchester y Liverpool en el Reino Unido.
En otros países, el comercio se estancó, como fue el caso de algunas repúblicas italianas, pero en general se produce un importante desarrollo comercial en Rusia, España, Prusia, etc...
Este desarrollo exigió nuevas formas de financiación y de organización. Las antiguas empresas concesionarias del siglo XVII como las compañías de indias (Holanda, Inglaterra..) se le añaden otras nuevas como La Española de Caracas y al mismo tiempo las casas comerciales se desarrollan y terminan por especializarse en varias ramas. Algunas se transforman en bolsas de valores, como las de Berlín y Viena, que se añaden a las ya existentes de Londres o Amberes; otras se transforman en seguros marítimos y otras en barcos.
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