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La idea de que el poder procede de Dios parece haber sido expuesta por primera vez por Isidoro de Sevilla. No está claro si lo dijo como una posición general o más bien circunstancial, para sacralizar la figura del monarca y combatir así el "morbo gótico" -- es decir, la costumbre de asesinar a los reyes en las reyertas nobiliarias--. En todo caso quedó como una creencia general que se extendió por toda la cristiandad, desde aquella época en que el reino hispano-tervingio ejercía una gran influencia intelectual en la Europa del oeste.
No es fácil precisar el sentido de la expresión. Quizá puede entenderse como que, por existir el poder en todas las sociedades para mantenerlas cohesionadas, debe tener un origen externo a ellas. Pero no interesa aquí discutir ese aspecto, sino comprobar que no es contradictorio con las diversas formas que el poder adquiera, como observó Francisco Suárez. No obstante, puede dar lugar a razonamiento en círculo como el de Iván el Terrible. Isidoro consideraba que el rey lo era mientras observara las leyes morales, y si no, dejaba de serlo, pues se convertía en tirano. Algunos han deducido de ahí que defendía incluso el tiranicidio, pero en realidad, para ser consecuentes, debía admitir que también el poder tiránico vendría de Dios. ¿Cómo era tal cosa posible? Por las maldades o flaquezas del propio pueblo, que así era castigado.
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