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Françoise Doltó compara a los adolescentes con la langosta durante su cambio de caparazón: expuestos, frágiles, con la urgente necesidad de formar otra cubierta. La langosta muda su caparazón varias veces durante su juventud, pero sólo una vez en su adultez. Cuando se encuentra cercana al período de muda, comienza a crecer debajo el caparazón reemplazante. Durante las dos primeras semanas después de la muda, las langostas son muy vulnerables. Incluso pueden ser presas para otras langostas.
Construir un nuevo caparazón despedirse del ser infantil para ir en busca del ser adolescente es un proceso difícil y profundo. Cuando los adolescentes nos desafían y se oponen, intentemos acordándonos de la langosta, también sentir su confusión, pérdida, y búsqueda para construir la propia identidad.
La necesidad adolescente de dormir muchas horas, encerrarse en su cuarto, estar con amigos, confrontar, perderse en su mundo para ir encontrándose, tiene que ver con este nuevo despertar. Al igual que cuando salimos del vientre materno, esta etapa representa otro nacimiento.
Ahora, ¿qué pasa con nosotros los adultos ante el cambio de caparazón? En ocasiones Hacemos lo mismo que ellos: los descalificamos, nos ofendemos y ponemos distancia. Nos ponemos a la par, a veces nos comportamos como niños dolidos, frustrados, peleando con nuestros hijos.
Los adolescentes comentan durante las entrevistas acerca de la “necesidad” permanente de contacto virtual, necesidad de sentir que están en red. Por momentos esa red se transforma en una trampa, (chats anónimos) en la que el grooming (acoso virtual) los deja paralizados, sin saber qué hacer. Nuestros adolescentes hablan de esto con vergüenza y dolor. Ellos escuchan que ya son grandes, que deberían saber qué hacer. Y no saben, se sienten solos y perdidos.
Ellos están armando un nuevo caparazón, están expuestos y mientras esto transcurra necesitan de nosotros. Acercarnos, hablar y escuchar con el corazón es un primer paso para intentar comprender qué sienten nuestros adolescentes.