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RESPUESTA:Porque, efectivamente, hablar de Roma es hablar de corrupción. La base misma del sistema social y político romano era la clientela, esto es, colocarse bajo la protección de un poderoso quien, a cambio de regalos en especie o metálico, de favores electorales, incluso de servirle de protección y acompañamiento, procuraba a sus clientes puestos como funcionarios, pingües negocios, lucrativas sinecuras. En el sistema romano de clientelas, el poderoso, llamado patrón o patrono, se levantaba cada día teniendo a su puerta a una multitud de protegidos, llamados clientes, que venían a darle los buenos días a cambio de una moneda, la espórtula. Junto con los buenos días, muchos de ellos le espetaban a su patrón el tan conocido hoy en día "¿qué hay de lo mío?". Con ello se referían a qué pasaba con el puesto solicitado, con el negocio en el que querían participar, con la sinecura soñada. Extrañamente, sin embargo, esto se consideraba normal, no era corrupción para los romanos: así eran las cosas y punto. Pero hasta los mismos romanos sí consideraban corruptos otros comportamientos.
Explicación:Durante la República (siglos V-I a. C.), el propio sistema electoral romano facilitaba la corrupción. Los jóvenes que querían hacer carrera en la política tenían que sufragarse de su bolsillo los inmensos gastos en espectáculos, comidas al pueblo y otros patrocinios para hacerse populares y poder ser elegidos para los diferentes puestos en los que consistía la carrera de los honores de todo senador. Si no eras rico, tenías que endeudarte. Las deudas podían llevarte a la ruina si no conseguías pronto dinero para pagarlas, por lo que era imperativo conseguir una magistratura que te diera acceso después al gobierno de una provincia. Si conseguías esto, estabas salvado. Podías dedicarte a robar en tu provincia durante los meses o años en que estuvieras en ella. Cicerón decía que el primer año en la provincia servía para robar lo suficiente como para pagar tus deudas, el segundo año en robar lo suficiente como para hacerte rico, y el tercer año en robar lo suficiente como para poder sobornar a los jueces y tribunales a los que te llevaran los ciudadanos por corrupción. La base del clientelismo era esta, tener acceso a puestos políticos de gobierno para poder alimentar las necesidades de tus clientes. Cuantos más clientes tenía un senador, más fácil sería para él llegar a la cumbre de la carrera política: el consulado.