Respuestas
Esta es la historia de un genio
que en el pasado milenio
hacía brillar el sol
con su do re mi fa sol.
Fue Mozart un bebé tierno
que llegó al mundo en invierno
y cuenta quien allí estaba
que en vez de llorar, cantaba.
Mientras los niños de al lado
jugaban a ser soldados
con espadas diminutas,
él movía la batuta.
Con seis años, el pispajo,
iba ya de arriba abajo
tocando, ¡vaya trajín!,
el piano y el violín.
El éxito era rotundo:
¡le aplaudía todo el mundo!
y dejaba boquiabierto
al que oía su concierto.
Era Amadeus menudo,
muy gracioso y narigudo,
aprendía muy deprisa
¡y todo le daba risa!
Nannerl llamaba bufón
al niño alegre y burlón:
“Este hermanito me asombra:
¡se ríe hasta de su sombra!”
Como el niño concertista
era guasón y bromista,
tocaba con la nariz:
¡tocando era tan feliz…!
Además de muy simpático,
era un genial matemático,
un infante muy brillante
con memoria de elefante.
Cumplidos los ocho años,
aunque nos parezca extraño,
Mozart compuso un buen día
su primera sinfonía.
Dentro de su cocorota
bailaban cientos de notas
y formaban todas ellas
las melodías más bellas.
Ya daba la serenata
con sus óperas, sonatas,
sinfonías y cuartetos:
¡era un artista completo!
Después de muchas andanzas
se enamoró de Constanza.
Juntos pasaron la vida,
pobre, pero divertida.
Amadeus con maestría
componía noche y día,
una música excelente
que fascinaba a la gente.
Su existencia musical
tuvo un oscuro final,
pues murió de modo extraño
con solo treinta y seis años.
Aunque Mozart, a su modo,
no se fue nunca del todo:
está aquí y todo lo llena
cuando su música suena.
Su música, ¡qué delicia!,
mima, envuelve y acaricia,
se cuela directa al centro
y hace cosquillas por dentro.