Respuestas
Como se ha podido apreciar en los apartados anteriores, los aspectos históricos
condicionaron la política exterior mexicana hasta el punto de dotarla de una impronta
ideológica que perdurará más allá de sus orígenes. Un ejemplo de ello es el peso de
una
conciencia nacionalista y anticolonialista que marcará el accionar exterior de
México hasta bien entrado el siglo XX (Bremer: 1986, p.30).
Dado el origen revolucionario del Estado mexicano, y vistos los ataques a los que se
vio sometido por parte de las grandes potencias, no es de extrañar que la política
internacional de México desarrollara un cuerpo ideológico netamente defensivo y de
carácter fuertemente nacionalista. La protección del nuevo Estado revolucionario pasó
por la expansión de su área de influencia efectiva o ideológica, pero este activismo
internacional mexicano se vio dificultado a lo largo de la Historia por el carácter
periférico de México y su excesiva proximidad con la principal gran potencia del siglo
XX, los EEUU (Meyer: 2000, p.39).
Es pertinente precisar, siguiendo a Lorenzo Meyer, que el nacionalismo mexicano que
surgió con la Revolución Mexicana de 1910 no fue un sentimiento patriótico de
carácter xenófobo, sino un legítimo sentimiento de “afirmación y primacía de lo
mexicano y su soberanía”. Para ello se basó en un “afianzamiento del sentimiento
patriótico y la revalorización de lo indígena y lo mexicano”, elementos que habían sido
menospreciados históricamente por las élites criollas (Meyer en Bizberg: 1998, p.87).
De las fuentes de ese nacionalismo de tintes anticoloniales emanan dos de los
principios medulares de la política exterior de México: la
no intervención de un país
en los asuntos internos y externos de otro, y el
derecho a la autodeterminación de
los pueblos. Junto a estos dos principios, la política exterior de México se ha
caracterizado a lo largo de su historia por defender también los valores de la neutralidad