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El despertar de la conciencia es algo sobrecogedor, como quien se asoma a un acantilado cortado a pico y ve, en su fondo, la inmensidad del océano. Dijo el poeta que no hay mayor pesadumbre que la vida consciente, aunque yo preferiría sustituir lo de pesadumbre por asombro o vértigo.
La ciencia avanza diariamente y cada vez el dominio del mundo externo es mayor. Puede que llegue un día en que consigamos desplazarnos a la velocidad de la luz y que nos sea dado reproducir cada segundo de nuestro pasado. El mapa genético permitirá curar futuras enfermedades. Quizá acabemos con el cáncer y quizá nuestros nietos o biznietos vivan mil años. Todo esto puede ocurrir. Lo que ya no veo tan factible es el cabal entendimiento de la mente.
Ciertamente la neurociencia terminará por desmenuzar cualquier proceso cerebral y podrá identificar con precisión matemática las neuronas que causan una sensación placentera o en qué parte del cerebro se localiza la memoria, pero el teatro fantasmagórico formado por toda la complejísima cadena de sensaciones y percepciones, de recuerdos y creencias, de sentimientos y deseos que constituye la mente estará vedado para cualquier otro que no sea uno mismo.
La sustancia pensante no puede separarse de los estados puramente físico-químicos de nuestro cerebro. Si me arrancan una parte de mi cerebro dejaré de ser quién soy y seré ya otro. No lo dudo. Soy monista. No creo en una glándula pineal que sirva de nexo entre mi cerebro y mi conciencia. Mis procesos mentales son el resultado directo de mis procesos cerebrales. Si bebo dos copas de más, me desinhibo y si tomo un calmante, dejo de sentir ansiedad. La química condiciona mi psicología.
Respuesta.
Tu mismo la descubres por primera vez. Es algo que siempre estuvo alli y se deja escuchar tarde o temprano.