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El Virreinato del Perú fue una entidad territorial situada en América del Sur, integrante del Imperio español que fue creada por la Corona Española durante su dominio en el Nuevo Mundo, entre los siglos XVI y XIX.
El inmenso virreinato abarcó gran parte de Sudamérica, incluida Panamá y algunas islas de Oceanía. Quedó fuera de él, también como bien realengo, Venezuela, así como la costa atlántica de Brasil, que pertenecía al Imperio de Portugal.4
Sin embargo, durante el transcurso del siglo XVIII su superficie sufrió tres importantes mermas al crearse -con parte de su territorio- dos nuevos virreinatos de la Corona española: el Virreinato de Nueva Granada y posteriormente el Virreinato del Río de la Plata. Al mismo tiempo la colonia portuguesa del Brasil extendía sus fronteras hacia la Amazonia. A pesar de las pérdidas territoriales, todavía a principios del siglo XIX el virreinato del Perú era la principal posesión de la Corona española5 al tratarse de una de sus principales fuentes de riqueza.
El proceso de independencia hispanoamericana inició el fin del virreinato, conflicto en el que se mantuvo en el bando realista, y funcionó como un importante bastión y centro estratégico de la Corona española en América del Sur. Esto provocó la guerra con la Provincias Unidas del Río de la Plata (creada tras la caída del virreinato homónimo), el cual por el contrario había elegido el camino de la independencia y desde 1810 enviaba fuerzas libertadoras en todas direcciones. Tras independizar la Capitanía General de Chile, el general rioplatense José de San Martín giró nuevamente su atención hacia Perú y preparó un ataque naval. La campaña fue un éxito y San Martín declaró la República del Perú, para acto seguido retirarse de su carrera militar. Aún quedaban áreas bajo control colonialista, así que continuó con la tarea independentista el general grancolombiano Simón Bolívar con la intervención de la Gran Colombia, quien utilizó el apoyo de las guerrillas peruanas y todos los recursos de logística de la sierra peruana, requisando todo lo necesario para una guerra de posiciones. Tras la batalla de Ayacucho el virreinato perdió su rumbo con solo algunos focos de lealtad a la Corona en los Andes y la costa del bajo y alto Perú. Con divisiones internas, sin auxilios de la España peninsular y prácticamente aislado del mundo, la resistencia del virreinato peruano sucumbió en 1824.