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El levantamiento de 1990 supuso una ‘interrelación al funcionamiento global de la sociedad ecuatoriana’, y significó además un cambio de actitud de los sectores urbanos hacia los pueblos indígenas; generó también una ‘incomodidad’ en el tejido social local, por lo que la visibilizan de la protesta, y la presencia pública de un nuevo actor político demandaron a los demás actores sociales la toma de postura y dotar, consecuentemente, de sentido a ese fenómeno emergente.
Como consecuencia, las matrices discursivas más gravitan tes en el escenario social, como la católica, de los hacendados, agricultores, militares y del propio Estado delimitaron, desde sus particulares dispositivos de enunciación, fronteras simbólicas, y precisaron los límites accidentarios de pertenencia y anclajes territoriales frente a este nuevo actor político indígena.
Los principales medios masivos de comunicación asumieron este fenómeno en su agenda mediática conllevando a su explicación desde sus propios marcos interpretativos. La cuestión del trazado de fronteras simbólicas entre los campos ‘nosotros’/‘otros’ configuró en gran medida las secuencias narrativas en los tres diarios, aunque las expansiones e inclusiones de actores sociales en uno u otro campo, no fue la misma.
El levantamiento indígena se estructuró fundamentalmente en torno a un texto-tutor fetichista: 500 años de resistencia, y en un contexto particular, la década de los 90.
En estos enunciados fue posible identificar dos matrices socio-discursivas que también operaron como condiciones de producción de la discursividad mediática: la más clara y concomitante por la proximidad fue la de 1992, y la otra, en torno a los teólogos del levantamiento: los agitadores políticos. Los medios analizados, desde sus marcos interpretativos, tendieron a homogeneizar las lecturas del hecho, por lo que los indígenas fueron presentados como un colectivo homogéneo: el ‘levantamiento indígena’ y las acciones asignadas; por lo tanto, afectaron a toda la compleja conformación de las comunidades indígenas. La reivindicación por la tenencia de las tierras estuvo en el centro de los reclamos de los indígenas serranos, sin embargo, este fue construido de manera homogénea e incluyó a todas las comunidades.
Por otro lado, las fronteras geográficas fueron desplazadas por otra frontera, la que dividía a los que violentan y provienen de un exterior del orden social. El levantamiento indígena de 1990 fue construido desde El Comercio (EC) y El Universo (EU), más como una manifestación de un proyecto anti moderno de exclusión y retorno al pasado, que como un reclamo por el reconocimiento de derechos.
Las construcciones discursivas focalizaron el levantamiento indígena de 1990, desde una mirada más de clase que étnica. En el caso particular de El Telégrafo (ET), se observó un significativo desplazamiento del trazado de fronteras simbólicas en la década del 30 del siglo XX, respecto a los indígenas, delimitando un nosotros los ciudadanos/civilización y otro no ciudadano/barbarie, hacia una posición enunciativa diferente respecto al levantamiento de 1990.
Otro aspecto interesante que surgió del análisis tuvo que ver con el eje de la sospecha en torno a los reclamos indígenas. Desde el discurso político, en la década del 30 del siglo pasado, se instaló la sospecha de que ‘detrás’ de estos movimientos operaban otros actores, fundamentalmente el comunismo
Esta posición enunciativa fue compartida por el discurso de la prensa gráfica gnomónica, construyendo otro negativo que agitaba a los indígenas. Esta misma estrategia se pudo advertir nuevamente durante el levantamiento indígena del 90, en el discurso del presidente Borja, para quien los verdaderos responsables de los levantamientos no eran indígenas, sino agitadores y oportunistas políticos.
Sin embargo, la discursivo de EC y EU remarcaron esta construcción, mientras que ET instituyó otras voces, desplazando del centro focal este tópico. Respecto a las desmoralizaciones mediáticas y al uso de fuentes, los diarios no utilizaron las mismas, y las provenientes de los indígenas marcaron un posicionamiento diferencial de cada uno; y por otro lado, las estrategias de localización del acontecimiento permitieron visualizar los marcos interpretativos y en qué medida desplazaron o no el foco. Respecto a las fuentes, los tres medios apelaron fundamentalmente a fuentes institucionales oficiales, en su mayoría gubernamentales, y en menor medida utilizaron fuentes oficiosas.