Explica las razones por las que Estados Unidos declaro la guerra a España a finales del siglo XIX
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El 25 de abril de 1898 Estados Unidos le declaraba oficialmente la guerra a España. La explosión del crucero Maine, con 260 muertos entre sus tripulantes, había facilitado una excusa. Las autoridades españolas ofrecieron una comisión de investigación conjunta, pero los americanos no la aceptaron. En Estados Unidos los medios sensacionalistas habían creado un ambiente de preguerra que rozaba la euforia, aunque las autoridades, con el presidente McKinley a la cabeza, eran todavía reacias al conflicto. En España, pese a que todo el mundo era consciente del poder del gigante americano, se vivió una situación parecida. Una parte de la sociedad, secundada por la prensa más conservadora, se mostró triunfalista. Apelaban al espíritu patriótico y a la inexperiencia bélica de los americanos, e incluso apostaron por la invasión del país. La última oferta de paz del embajador americano, cien millones de dólares a cambio de la isla, más un millón de comisión para quien cerrase la operación, era completamente inaceptable. La defensa de la colonia se estaba convirtiendo en una cuestión de honor y ante esa tesitura no había español que claudicara. «Guerra o deshonor», había sentenciado Sagasta.
La guerra parecía inevitable, pero nadie podía imaginar que sería tan corta. La flota española fondeada en el puerto se encontró de pronto bloqueada por la escuadra americana, hasta el punto de no poder salir de la bahía sin una acción disuasoria de las baterías de costa. En el interior, las tropas realistas pudieron hacerse fuertes en el Caney y en Loma de San Juan, donde las refriegas se volvieron encarnizadas y la infantería americana empezó a acusar su falta de experiencia. En España nadie entendía la parálisis de la flota y el Congreso, que seguía enzarzado en cuestiones de honor y coraje, forzó la orden de salir a combatir. El almirante Cervera no quiso discutir y puso la proa del buque insignia, el Infanta María Teresa, rumbo a mar abierto. Allí esperaba la flota americana, acorazada, bien pertrechada, con toda la rapidez y precisión de tiro que la tecnología del momento permitía. Los barcos españoles salieron uno a uno. La boca de la bahía era demasiado estrecha para que salieran en bloque. Era un pasillo hacia la muerte. En cuatro horas la flota española fue masacrada. No hubo ayuda desde la costa, ni verdadero combate. Los barcos españoles habían aceptado el sacrificio por el honor de la patria. En la Paz de París, firmada el 10 de diciembre de 1898, España perdía Puerto Rico, Cuba y Filipinas. El Imperio ultramarino tocaba a su fin.