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Para Putin, no es sencillo lidiar con el pasado soviético, pero la necesidad de fortalecer la identidad rusa lo obliga a rescatar los logros militares en la Segunda Guerra Mundial, al tiempo que debe dejar de lado la carga política de la antigua República Socialista. No es la única contradicción de una sociedad en la que el terrorismo de Estado no es reconocido oficialmente, pero Stalin continúa siendo el líder histórico más popular.
La sociedad rusa mantiene relaciones difíciles y contradictorias con su pasado, en particular con el pasado soviético. ¿Cuál fue el recorrido de la memoria colectiva del país y los usos políticos del pasado por parte de las autoridades después del final de la Unión Soviética y el sistema comunista?
Empleo la noción de “memoria rusa” para designar la memoria predominante en la sociedad rusa en un momento determinado de su historia: una memoria que es preciso distinguir de lo que podríamos llamar “memoria oficial”, es decir, la construida por las autoridades que tratan de imponer a toda la población. La memoria social y la memoria oficial pueden hallarse más o menos próximas o más o menos distantes una de la otra, pero nunca coinciden plenamente y deben ser estudiadas por separado.
En Rusia, más que en otras partes, la cuestión de la memoria es indisociable de la cuestión de la identidad, especialmente de la identidad nacional, y esta remite constantemente a la historia. Durante siete décadas, la historia de Rusia estuvo estrechamente ligada a la de la URSS. Su desaparición, y la del sistema político comunista que encarnaba, provocaron una grave crisis identitaria que, desde los años 90, la sociedad rusa se ha esforzado en superar, con el objeto de reconstruir una identidad aceptable. El recorrido accidentado de la memoria rusa en el último cuarto de siglo corresponde a esta búsqueda de una nueva identidad.
Algunas constataciones del fenómeno se imponen rápidamente. La primera es que la sociedad rusa sigue profundamente traumatizada por la violencia y la represión masiva de la época soviética, en especial durante el período estalinista, pero no ha sido capaz de ajustar cuentas con ese pasado. La principal dificultad reside en el problema de la responsabilidad: ¿quién es el responsable de los millones de víctimas de esa época? En lugar de afrontarlo abiertamente, la mayoría de los rusos ha optado por la amnesia y la negación, y ha relegado los episodios oscuros del pasado a los márgenes de la conciencia nacional. Su memoria está repleta de olvidos y silencios. Sólo una minoría, como los militantes de la asociación Memorial (un movimiento de defensa de los derechos humanos creado en 1989), sigue evocando ese pasado y luchando por la memoria de las víctimas. En la época soviética, los silencios y los olvidos fueron dictados por el miedo, como dice Rolando Figues en Los que susurran. Hoy las causas son otras (el malestar frente a un pasado difícil de cargar, la voluntad de no saber, etcétera), pero todavía están allí.