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Considerado en su triple aspecto de fenómeno histórico-político (y económico-social), cultural y literario, el balance del helenismo puede considerarse altamente positivo, y algunos de sus puntos ya han sido considerados. A ellos deben agregarse dos hechos de importancia capital para la civilización del mundo.
En primer lugar, la conquista y después la helenización del Oriente mediterráneo atrajeron definitivamente estas regiones a la cultura (y en parte a la lengua) griega. Frente a ellas la conquista romana no podía sino ser de carácter político y administrativo: y, ni siquiera sin contrastes, incluso violentos. Además, cuando el imperio, en la parte oriental, se haya hecho griego, es decir bizantino, aun esto será un efecto de la profunda e ininterrumpida civilización griega de aquellas regiones: y el imperio bizantino será griego por su cultura y lengua hasta el siglo XV, como síntesis de los valores fundamentales de la nueva civilización: la religiosidad cristiana, la cultura griega, la tradición jurídica y político- administrativa de Roma.
Otro hecho que debió ser de enorme importancia es el encuentro entre el mundo judío y la cultura griega, que acaece en Alejandría en el siglo III AC. Es en ese momento cuando, según nuestra fuente más antigua y autorizada, la Carta a Filócrates del hebreo Aristeas (que vivió probablemente alrededor del 200, pero es una fecha muy controvertida), Ptolomeo II, por consejo de Demetrio Faléreo, se hizo enviar de Jerusalén una copia de los libros sagrados hebreos y llamó a Alejandría a setenta y dos sabios hebreos que (¡en setenta y dos días!) hicieron la traducción al griego, llamada por eso de los Setenta (o bien LXX).
Naturalmente esta traducción representa un trabajo que duró mucho tiempo, y que sólo se concluyó hacia la era cristiana; bajo el nombre de los Setenta se encuentran comprendidos incluso algunos escritos apócrifos, originalmente compuestos en griego. Además esta traducción no fue la única versión griega de los libros sagrados hebreos: la siguieron la de Aquila de Sínope (siglo I DC), de Teodotión de Éfeso (alrededor del 50 DC), del samaritano Simaco (alrededor del 175 DC) y otras tres traducciones parciales. No hace falta señalar qué sensibilidad y qué apertura de intereses manifestaron el Filadelfo o sus consejeros con la necesidad de conocer directamente un mundo como el hebreo, tan profundamente distinto (totalmente opuesto se diría) con respecto al griego.
Por efecto de esta traducción, aunque se haya realizado, como es probable, para uso de la numerosa colonia judía de Alejandría, acaece que la cultura hebrea adopta como lengua propia el griego. Helenización que conquistó posteriormente Palestina, donde el Nuevo Testamento fue escrito en griego, por ser la lengua más difundida en el Mediterráneo Oriental y que constituía el mayor medio de propaganda para la nueva religión. Basta haber señalado este hecho para advertir la fusión excepcional que, en un momento decisivo para el mundo, he ejercido la lengua griega.
Se podría afirmar, por consiguiente, que el único punto negativo imputable al helenismo es el político, o sea, la pérdida de la libertad para los griegos. No asombra que la época moderna, fecunda en totalitarismos, haya visto en esto más bien un mérito para Alejandro: que a costa de algo desdeñable como la libertad, aseguró a los griego un destino hegemónico tan espléndido. Pero tanto un punto de vista como el otro son polémicos y tendenciosos y no tienen en cuenta la realidad, es decir el hecho de que la polis con su libertad (Atenas, en esencia) se había deteriorado y agotado íntimamente como forma política, aun antes de sucumbir, noblemente, ante los macedonios. El imperio de Alejandro representa, por lo tanto, solamente el momento histórico en el cual concluye la necesaria evolución del particularismo político griego: el único modo, o más bien tentativa, de crear una “nación” griega. Pero ella fue solamente en realidad, la premisa necesaria para aquella que permanecerá como la forma histórica absoluta del imperio, el imperio por destino y vocación, el de Roma. Y será una prueba de que, en cambio, era otra la misión de los griegos, en toda su historia y bajo cualquier forma política.
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