Respuestas
La acelerada vida del ser humano lo va consumiendo poco a poco. Vivimos apoltronados en la mediocridad de nuestra propia inercia y así es como nuestro presente se va convirtiendo en pasado.
De repente por algún revés del destino o un cambio de actitud, como lo llaman algunos, llega un momento conciencia en el que descubres que todas esas urgencias en las que has centrado tu existencia, te importan un pimiento. Durante esa etapa de reflexión, transición o como quieras llamarla, puedes tomar dos caminos:
El Primero consiste en negar que has estado perdiendo el tiempo y seguir con ese letargo vital sumido en una inconsciente depresión.
El Segundo, algo más complejo, consiste en asumir la responsabilidad, despertar del letargo e intentar cambiar esa inercia por una actitud diligente. Lo que viene a llamarse, vivir el presente, disfrutar del hecho de que ser mortal implica sentir, tanto para lo bueno, como para lo malo.
Comenzar una vida no es fácil, pero el camino es emocionante.
Lo acepto, a mi, a mi presente, a mi vida,…
Comencé entonces a ver cosas, a dejarme descubrir por ellas, a moverme por el devenir de la vida, del presente. Qué asombroso es todo visto con los ojos de hoy, sin pasado, sin futuro, sin tener fin, solo un camino que marcar…
Y qué fácil, hay belleza por todas partes y no podía verla porque el miedo al presente es como tener tapados los ojos.
La cotidianeidad de los días es el sentido de la estética más pura, la estética de la vida, de mi vida:
Un domingo de lluvia en la cama viendo ShortBus, un desayuno tomándonos nuestro tiempo, una tarde leyendo, una cena con un vinito , un masaje, agarrarte de la mano mientras duermo. Solo me entrego a mi presente y así todo lo que vivo soy capaz de sentirlo, a veces se nos olvida. Preguntamos demasiado el porqué de las cosas y eso nos va menguando, nos arruina la pasión.
Cómo puede uno olvidarse de sentir el amor, de disfrutar de la entrega, de aprender de esa entrega, de la estética de su propia vida?