Respuestas
Gigantes y dragones eran enemigos desde siempre. Pero habían aprendido mucho. Ya no eran tan tontos de montar guerras con terribles batallas en las que morían miles de ellos. Ahora lo arreglaban cada año jugando partidas de bolos. Un gigante contra un dragón. Quien perdía se convertía en esclavo del ganador. Si un dragón ganaba tendría un musculoso gigante para todas las tareas pesadas. Si lo hacía el gigante, tendría vuelos y fuego gratis para todo un año.
Así habían evitado las muertes, pero cada vez se odiaban más. Cada año los ganadores eran más crueles con los perdedores, para vengarse por las veces que habían perdido. Llegó un momento en que ya no querían ganar su partida de bolos. Lo que querían era no perderla.
Y el que más miedo tenía era el gigante Yonk, el mejor jugador de bolos. Nunca había perdido. Muchos dragones habían sido sus esclavos, y se morían de ganas por verle perder y poder vengarse. Por eso Yonk tenía tanto miedo de perder. Especialmente desde la partida del último año, cuando falló la primera tirada de su vida. Y decidió cambiar algo.
Al año siguiente volvió a ganar. Cuando llegó a su casa con su dragón esclavo este esperaba el peor de los tratos, pero Yonk le hizo una propuesta muy diferente.
- Este año no serás mi esclavo. Solo jugaremos a los bolos y te enseñaré todos mis secretos. Pero debes prometerme una cosa: cuando ganes tu partida el año que viene, no maltratarás a tu gigante. Harás lo mismo que estoy haciendo yo contigo.
El dragón aceptó encantado. Yonk cumplió su promesa: pasó el año sin volar ni calentarse. También cumplió el dragón, y desde entonces ambos hicieron lo mismo cada año. La idea de Yonk se extendió tanto que en unos pocos años ya eran muchos los gigantes y dragones que se pasaban el día jugando a los bolos, olvidándose de las luchas y los malos tratos, tratándose más como compañeros de juegos que como enemigos.
Mucho tiempo después Yonk perdió su primera partida. Pero para entonces ya no tenía miedo de perder, porque había sido él quien, renunciando a esclavizar a sus dragones, había terminado con su odio, sembrando la primera semilla de aquella paz casi imposible entre gigantes y dragones.
La riqueza más grande del mundo
Ella se llama María, tiene tan sólo 4 años recién cumplidos y junto a sus tres hermanos, Fernando, Gustavo y Gabriel de 8, 13 y 14 años perdió la riqueza más grande del mundo: su mamá, que se llamaba Isabel.
María es la única mujer de toda la familia, la más mimada, la consentida del padre. Un día del mes de abril, cuando nadie lo había pensado, Isabel se fue para siempre. La niña de sólo 4 años se había quedado sin mamá, sin quien la acompañe al jardín de la mano, quien le haga los peinados más lindos, sin esas manos que sólo pudo acariciar durante 4 años y 9 meses.
Su padre, Emilio, se había quedado solo porque el amor de su vida se había ido para siempre a los brazos de Dios, al mundo de los ángeles.
Sus hermanos trataban de ser fuertes y ayudar a su papá en la crianza de María, pero la tristeza les ganaba, y rompían en llanto. La niña sin entender pregunta:
-¿Qué le pasa a mi mamá que no se levanta?¿No vamos a ir al jardín?
-Mami hoy no se va a levantar, se siente cansada- responde casi sin voz Gabriel.
La niña sin entender se va a la casa de su abuela, para que le den una respuesta por la cual hay tanta gente en la casa. Pero nadie se la da.
Transcurrieron los años y María se fue dando cuenta de que su madre ya no estaba con ella, sino que sentada en una nube la cuidaba y la miraba desde arriba.
Han pasado ya diez años y ella, la niña, tiene hoy 14 años y está hecha una señorita. Su padre pudo salir de la tristeza y pudo encontrar la felicidad, no en otra mujer, sino en sus cuatro hijos que lo ayudaron a salir adelante con toda la fuerza que se necesita.