Respuestas
Madre, estoy aquí.
Te miraba desde lejos, allá donde no existe maldad,
ni crueldad, ni agonía, ni miseria, ni tampoco dolor.
No sabía por qué llorabas,
te miraba con alegría y no sabía por qué cantabas.
Yo, que era tu rayo fugaz para tu ideal
un pequeño ángel para tu dulce paz,
la más bella voz para ti nada más.
Me revoloteaba entre tus pensamientos,
me alegraba y cantaba en tu corazón,
sollozaba y gritaba con tu tierna voz.
Cada crepúsculo, cada mañana
me llevabas consigo en tus entrañas.
Mis palabras, eran tus palabras;
mi voz era tu voz, era tu voz;
y mi canto, era tu canto.
Gran dulce melodía,
que ni siquiera el gran Bethoven comprendería.
La luz de mis ojos aún no llegaba
y con los tuyos ya me esperaba.
¡Qué bella descripción!
Ni Descartes, ni el más grande inventor
inventaría tu dulzura; solo el gran redentor.
De pronto, el diablo protestó.
Grandes sinfonías tocaron,
para ya no mirarte, para ya no tocarte,
pero sí para amarte.
Ahora tu luz, ya no es mi luz;
tu voz, ya no es mí voz;
tu canto, ya no es mi canto;
pero tu amor, si es mi amor.
La luna y el sol se separaron,
la tierra y el mar se mudaron,
pero tu compasión no se fugó.
Amor inmenso, amor de madre.
Aunque Nezahualcóyotl y Pablo Neruda
unieran sus voces,
nunca comprenderían éste lamento.
Si describiera Picasso tu dulce amor,
ni él, ni Sor Juana, pagarían tu gran compasión.
Si reyes clamaran conocimiento,
ni uno de ellos pagaría tu gran acierto.
Ni la más musas de las doncellas,
ni las estrellas, ni siquiera Cleopatra
ocultarían ya tus encantos.
Escucha; el silencio cayó por un instante,
el tiempo bajó en una tarde,
las palabras se enmudecieron,
pero tu amor no decayó.
Tal vez me fui, pero regresaré,
para quererte, para amarte,
para cuidarte ¡bendita madre!
Amor eterno, que me hizo cantar,
que me hizo amar, que me hizo llorar.
Ahora ni las aguas, ni los ríos
apagarán tu amor inmenso,
para que caminemos juntos tomados de la mano,
¡desde el principio hasta el gran final!