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En la edición anterior -Ciutat Nova 170- proponía el abrazo cognitivo como una vía prosocial para acercar personas y mentes e incluso, a veces, para aumentar la empatía emotiva, emocional. Sin embargo, a menudo las diferencias también desatan los conflictos.
Incluso las palabras, comunicación humana siempre limitada, pueden hacer más problemático un conflicto, en lugar de disolverlo. En un acto comunicativo no sólo se transmiten significados, también circulan valoraciones sobre nuestro interlocutor. Si estas valoraciones no son buenas, no están afinadas, es muy probable que, a pesar palabras que incluso pueden ser bonitas, se esté transmitiendo una falta de sinceridad latente o dejando transparentar estas valoraciones deficientes sobre nuestros interlocutores.
Para prevenir estas comunicaciones desvalorizadoras es importante tener bien resueltas, y he dicho afinadas, nuestras apreciaciones sobre los demás, y que éstas además estén alineadas con nuestros valores y actitudes, los cuales, siendo prosociales y de estima, deben poder transmitir una apreciación positiva.
Pero también puede suceder que el abrazo cognitivo no sea suficiente para afinar y ajustar nuestras emociones, nuestros sentimientos, con esos valores y actitudes ideales. Esto puede ocurrir si no existe una fuerza muy potente que nos empuje.
Pensemos en el conflicte actual en Catalunya y España. Sea cual sea la resolución política coyuntural ¿Será suficiente un pretendido abrazo cognitivo entre las partes (sean éstas grupales, interpersonales o políticas)? Percibo un riesgo importante de que se fragüe un conflicto interno, emocional, que puede tardar muchos años en ser restañado y curado. Los últimos acontecimientos hacen presagiar que, lo que inicialmente eran unas diferencias de identidades de pueblos o de nacionalidades y de políticas, se convierta en un riesgo de distancia afectiva no sólo entre ellas, sino en el seno misma de las asociaciones, comunidades, ciudades, pueblos o familias. Más grave aún entre familias.
Estamos viendo en lo social y político una polarización de argumentos todos ellos a la “defensiva” y al “ataque”. Es evidente que no hay apenas ni conocimiento real, ni escucha de la postura del otro. Y mucho menos de los orígenes y causas de cada posición. Nos encontramos, pues, muy lejos del abrazo cognitivo que supondría tratar y desear comprender de dónde diablos surge esa posición tan contradictoria respecto a “mi visión”. Pero incluso si nos acercáramos un poco al “abrazo cognitivo” llegando a una cierta comprensión de la perspectiva del otro, es posible que la distancia afectiva, emocional, persistiera.
¿Qué podemos hacer si de verdad queremos restañar las heridas y transformarlas en fuente de acercamiento y de concordia?
Tiene que haber algo que vaya más allá de las percepciones, pensamientos, emociones, deseos, visiones y perspectivas. Algo que nos guie, acompañe y estimule a la superación de todo ello. Y este “algo” sólo puede estar basado en unas convicciones muy fuertes que asuman, integren y resuelvan lo complejo, lo múltiple, lo diverso, lo diferente. Acaso las religiones, aunque no exclusivamente éstas, podrían ofrecer esa presencia. Hay quienes han comprometido su vida en esa posibilidad. Necesitaremos de estos mediadores.