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Obras escogidas
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón...
«Porque la de sor Juana lo fue indudablemente, y lo que más interesa en sus obras es el rarísimo fenómeno psicológico que ofrece la persona de su autora. Abundan en nuestra literatura los ejemplos de monjas escritoras, y no sólo en asuntos místicos, sino en otros seculares y profanos: casi contemporánea de sor Juana fue la portuguesa sor Violante de Ceo, que en el talento poético la iguala y quizá la aventaja. Pero el ejemplo de curiosidad científica, universal y avasalladora que desde sus primeros años dominó a sor Juana y la hizo atropellar y vencer hasta el fin de sus días cuantos obstáculos le puso delante la preocupación o la costumbre, sin que fuesen parte a entibiarla ni ajenas reprensiones, ni escrúpulos propios, ni fervores ascéticos, ni disciplinas y cilicios después entró en religión, ni el tumulto y pompa de la vida mundana que llevó en su juventud, ni la nube de esperanzas y deseos que arrastraba detrás de sí en la corte virreinal de Méjico, ni el amor humano que tan hondamente parece haber sentido, porque hay acentos en sus versos que no pueden venir de imitación literaria; ni el amor divino, único que finalmente bastó a llenar la inmensa capacidad de su alma, es algo tan nuevo, tan anormal y único, que, a no tener sus propias confesiones, escritas con tal candor y sencillez, parecería hipérbole desmedida de sus panegiristas. Ella es la que nos cuenta que aprendió a leer a los tres años; que a los seis o siete, cuando oyó decir que había universidades y escuelas en que se aprendían las ciencias, importunaba a su madre para que la enviase al Estudio de Méjico, en hábito de varón: que aprendió el latín casi por sí propia, sin más base que veinte lecciones que recibió del bachiller Martín de Olivas.
«Fue mujer hermosísima, al decir de sus contemporáneos, y todavía puede colegirse por los retratos que acompañan a algunas de las primeras ediciones de sus obras, aunque tan ruda y toscamente grabados1. Fue además mujer vehemente y apasionadísima en sus afectos, y, sin necesidad de dar asenso a ridículas invenciones románticas, ni forjar novela alguna ofensiva a su decoro, difícil era que con tales condiciones dejase de amar y ser amada mientras vivió en el siglo. Es cierto que no hay más indicio que sus propios versos, pero éstos hablan con tal elocuencia, y con voces tales de pasión sincera y mal correspondida o torpemente burlada, tanto más penetrante cuanto más se destacan del -12- fondo de una poesía amanerada y viciosa, que sólo quien no esté acostumbrado a distinguir el legítimo acento de la emoción lírica podrá creer que se escribieron por pasatiempo de sociedad o para expresar afectos ajenos.
«Aquellos celos son verdaderos celos; verdaderas recriminaciones aquellas recriminaciones. Nunca, y menos en una escuela de dicción tan crespa y enmarañada, han podido simularse los afectos que tan limpia y sencillamente se expresan en las siguientes estrofas:
Mas ¿cuándo, ¡ay gloria mía!,
mereceré gozar tu luz serena?
¿Cuándo llegará el día
que pongas dulce fin a tanta pena?
¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto,
y de los míos secarás el llanto?
¿Cuándo tu voz sonora
herirá mis oídos delicada,
y el alma que te adora,
de inundación de gozos anegada,
a recibirte con amante prisa
saldrá a los ojos desatada en risa?
¿Cuándo tu luz hermosa
revestirá de gloria mis sentidos?
¿Y cuándo yo dichosa
mis suspiros daré por bien perdidos
teniendo en poco el precio de mi llanto?
¡Que tanto ha de penar quien goza tanto!...
Ven, pues, mi prenda amada,
que ya fallece mi cansada vida
de esta ausencia pesada;
ven, pues que mientras tarda tu venida,
aunque me cueste su verdor enojos,
regaré mi esperanza con mis ojos...
Si ves el cielo claro,
tal es sencillez del alma mía,
y si, de azul avaro,
de tinieblas emboza el claro día,
es con su oscuridad y su inclemencia imagen
de mi vida en esta ausencia.