Respuestas
a la época del desarrollo creciente y múltiple de los problemas ambientales desatados por la actividad del hombre.
La producción de alimentos para una población mundial creciente, problema que se planteaba desde inicios del siglo, demandaba una revolución en los rendimientos agrícolas. Fertilizar adecuadamente las tierras era una exigencia y la reserva natural existente de sales nitrogenadas no permitía dar respuesta a esta necesidad.
Así las cosas, la fijación del nitrógeno atmosférico mediante una adecuada transformación química se erigía como un problema de muy difícil realización. La síntesis del amoníaco, precursor de los fertilizantes nitrogenados, mediante la reacción entre el dinitrógeno y el dihidrógeno chocaba con dificultades prácticas.
El tristemente célebre químico alemán Fritz Haber, iniciador de la guerra química, encontró en la primavera de 1909 las condiciones, en pequeña escala, para obtener poco más de una gota del amoniaco por minuto. Estos resultados experimentales fueron expuestos ante los dirigentes de la Badische Anilin und Soda Fabriken (BASF) la mayor empresa de productos químicos de la época.
Los directivos de la BASF comprendieron la significación que tendría la solución del problema del escalado, y confiaron esta tarea a dos expertos Carl Bosch (1874 – 1940) y Alwin Mittasch (1860 – 1953). Las perspectivas que alentaban el proyecto cubrían un doble propósito: la producción de abonos y de explosivos nitrogenados.
A lo largo de cuatro años la labor de investigación del equipo encabezado por Bosch y Mittasch abarcó miles de ensayos sintéticos, y miles de catalizadores serían probados. Como resultado, levantarían una industria que producía unas mil veces la producción inicial de Haber, es decir unas cuatro toneladas de amoniaco diariamente. Hoy se produce más de cien mil veces esta cantidad de amoniaco pero el catalizador propuesto por Mittasch no ha podido ser superado en eficiencia y costo.