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Con la revolución industrial nacen importantes inventos, y con ellos importantes cambios que marcan profundamente la historia de la humanidad, así fue su inicio, entendiéndose como un período de mayores y significativos cambios tecnológicos, socio-económicos y sociales de manera colectiva. Con los avances obtenidos de la creación de la hiladora multibovina, que optimizaba sobremanera la producción textil, sumado al gran salto del comercio con invención de la máquina de vapor, la cual fomentó la mejora de las vías de transporte, se da inicio a la tecnología de la producción y distribución en masa, reemplazando casi por completo al trabajo manual.
Muchos caminos se abrieron al arte y la arquitectura, pero todos ellos pueden resumirse en uno: el de la libertad de creación. La revolución industrial y la burguesa tuvieron su continuidad en la expresión artística. Desde entonces, y hasta hoy mismo, el arte sigue en esa misma dirección.
se desarrollan primero en la reticencia inicial que provocó la llegada de las innovaciones tecnológicas masivas en los grupos artísticos del mismo período. Luego la adaptación del arte con los nuevos materiales y el deseo de convertir lo cotidiano en algo más que simple funcionalidad; por último se exhibirá la tendencia actual de volver a los métodos tradicionales del arte y producción, resaltando el creciente interés por el hazlo tu mismo, intentando regresar a la originalidad y a la exclusividad, contraria a la producción masiva.
l caso artístico más curioso en esta etapa revolucionaria es el del movimiento impresionista en la pintura y su convivencia con la, aquel entonces, nueva técnica de la fotografía (desde 1839 con las primeras imágenes creadas por Daguerre hasta principios del Siglo XX). Los impresionistas siempre fueron muy peculiares en la manera de dictar sus leyes, en el sentido que existían más personas viviendo en las excepciones que en las mismas reglas, al menos en lo que respecta a la composición del color. Por ejemplo, curiosidades del color negro, los pintores impresionistas no consideraban el negro como parte de su paleta cromática, ya que se debía representar los tonos oscuros a través de la combinación de colores y no con una sola tonalidad; pero curiosamente el negro era el color de composición preferido de célebres miembros de esta corriente, como Auguste Renoir (para quien el negro era “el rey de todos los colores” y Vincent Van Gogh, quien decía que el que intente suprimir el negro “no tiene nada que hacer”.
Una de las razones del rechazo del negro era, justamente, el ofrecer algo que la fotografía todavía no podía lograr: la impresión del color; el crear una pieza artística donde los efectos ópticos de los colores lo eran todo. Además, para ofrecer algo distinto al realismo fotográfico, los impresionistas empezaron a plantearse por primera vez el desinterés de una narración pictórica “de modelo” para investigar el campo de la percepción del color y sus efectos, la transmisión de sensaciones y sentimientos, etc. Pero, a pesar de esta “guerra enmascarada” hacia la tecnología fotográfica muchos de estos artistas utilizaban estas nuevas técnicas para lograr un mejor resultado en sus creaciones. Un ejemplo de este hecho es el artista Edgar Degas, quien aprovechaba la técnica fotográfica, superponiendo placas para luego componer con ellas los bocetos para sus pinturas.