• Asignatura: Castellano
  • Autor: dan152
  • hace 8 años

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Respuesta dada por: oscarsanchezjunco
1

Federico García Lorca

Poesía completa

PRIMERA PARTE

Libro de poemas

A mi hermano Paquito

Veleta

Julio de 1920

FUENTE VAQUEROS

GRANADA

Viento del Sur.

Moreno, ardiente,

Llegas sobre mi carne,

Trayéndome semilla

De brillantes

Miradas, empapado

De azahares.

Pones roja la luna

Y sollozantes

Los álamos cautivos, pero vienes

¡Demasiado tarde!

¡Ya he enrollado la noche de mi cuento

En el estante!

Sin ningún viento,

¡Hazme caso!

Gira, corazón;

Gira, corazón.

Aire del Norte,

¡Oso blanco del viento!,

Llegas sobre mi carne

Tembloroso de auroras

Boreales,

Con tu capa de espectros

Capitanes,

Y riyéndote a gritos

Del Dante.

¡Oh pulidor de estrellas!

Pero vienes

Demasiado tarde.

Mi almario está musgoso

Y he perdido la llave.

Sin ningún viento,

¡Hazme caso!

Gira, corazón;

Gira, corazón.

Brisas gnomos y vientos

De ninguna parte,

Mosquitos de la rosa

De pétalos pirámides,

Alisios destetados

Entre los rudos árboles,

Flautas en la tormenta,

¡Dejadme!

Tiene recias cadenas

Mi recuerdo,

Y está cautiva el ave

Que dibuja con trinos

La tarde.

Las cosas que se van no vuelven nunca,

Todo el mundo lo sabe,

Y entre el claro gentío de los vientos

Es inútil quejarse.

¿Verdad, chopo, maestro de la brisa?

¡Es inútil quejarse!

Sin ningún viento,

¡Hazme caso!

Gira, corazón;

Gira, corazón.

Los encuentros de un caracol aventurero

Diciembre de 1918

GRANADA

A Ramón P. Roda.

Hay dulzura infantil

en la mañana quieta.

Los árboles extienden

sus brazos a la tierra.

Un vaho tembloroso

cubre las sementeras,

y las arañas tienden

sus caminos de seda

—rayas al cristal limpio

del aire—.

En la alameda

un manantial recita

su canto entre las hierbas.

Y el caracol, pacífico

burgués de la vereda,

ignorado y humilde,

el paisaje contempla.

La divina quietud

de la Naturaleza

le dio valor y fe,

y olvidando las penas

de su hogar, deseó

ver el fin de la senda.

Echó a andar e internose

en un bosque de yedras

y de ortigas. En medio

había dos ranas viejas

que tomaban el sol,

aburridas y enfermas.

“Esos cantos modernos

—murmuraba una de ellas—

son inútiles”. “Todos,

amiga —le contesta

la otra rana, que estaba

herida y casi ciega—.

Cuando joven creía

que si al fin Dios oyera

nuestro canto, tendría

compasión. Y mi ciencia,

pues ya he vivido mucho,

hace que no lo crea.

Yo ya no canto más…”

Las dos ranas se quejan

pidiendo una limosna

a una ranita nueva

que pasa presumida

apartando las hierbas.Federico García Lorca

Poesía completa

PRIMERA PARTE

Libro de poemas

A mi hermano Paquito

Veleta

Julio de 1920

FUENTE VAQUEROS

GRANADA

Viento del Sur.

Moreno, ardiente,

Llegas sobre mi carne,

Trayéndome semilla

De brillantes

Miradas, empapado

De azahares.

Pones roja la luna

Y sollozantes

Los álamos cautivos, pero vienes

¡Demasiado tarde!

¡Ya he enrollado la noche de mi cuento

En el estante!

Sin ningún viento,

¡Hazme caso!

Gira, corazón;

Gira, corazón.

Aire del Norte,

¡Oso blanco del viento!,

Llegas sobre mi carne

Tembloroso de auroras

Boreales,

Con tu capa de espectros

Capitanes,

Y riyéndote a gritos

Del Dante.

¡Oh pulidor de estrellas!

Pero vienes

Demasiado tarde.

Mi almario está musgoso

Y he perdido la llave.

Sin ningún viento,

¡Hazme caso!

Gira, corazón;

Gira, corazón.

Brisas gnomos y vientos

De ninguna parte,

Mosquitos de la rosa

De pétalos pirámides,

Alisios destetados

Entre los rudos árboles,

Flautas en la tormenta,

¡Dejadme!

Tiene recias cadenas

Mi recuerdo,

Y está cautiva el ave

Que dibuja con trinos

La tarde.

Las cosas que se van no vuelven nunca,

Todo el mundo lo sabe,

Y entre el claro gentío de los vientos

Es inútil quejarse.

¿Verdad, chopo, maestro de la brisa?

¡Es inútil quejarse!

Sin ningún viento,

¡Hazme caso!

Gira, corazón;

Gira, corazón.

Los encuentros de un caracol aventurero

Diciembre de 1918

GRANADA

A Ramón P. Roda.

Hay dulzura infantil

en la mañana quieta.

Los árboles extienden

sus brazos a la tierra.

Un vaho tembloroso

cubre las sementeras,

y las arañas tienden

sus caminos de seda

—rayas al cristal limpio

del aire—.

En la alameda

un manantial recita

su canto entre las hierbas.

Y el caracol, pacífico

burgués de la vereda,

ignorado y humilde,

el paisaje contempla.

La divina quietud

de la Naturaleza

le dio valor y fe,

y olvidando las penas

de su hogar, deseó

ver el fin de la senda.

Echó a andar e internose

en un bosque de yedras

y de ortigas. En medio

había dos ranas viejas

que tomaban el sol,

aburridas y enfermas.

“Esos cantos modernos

—murmuraba una de ellas—

son inútiles”. “Todos,

amiga —le contesta

la otra rana, que estaba

herida y casi ciega—.

Cuando joven creía

que si al fin Dios oyera

nuestro canto, tendría

compasión. Y mi ciencia,

pues ya he vivido mucho,

hace que no lo crea.

Yo ya no canto más…”

Las dos ranas se quejan

pidiendo una limosna

a una ranita nueva

que pasa presumida

apartando las hierbas.

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