• Asignatura: Castellano
  • Autor: Gaby2049
  • hace 8 años

3 ejemplos de narrador testigo
3 ejemplos de narrador de segunda persona
3 ejemplos de narrador omnisciente

Respuestas

Respuesta dada por: Michelle20000000
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Narrador testigo:

El narrador testigo se presenta en la novela Sherlock Homes, en el personaje del Dr. Watson, quien relata los sucesos en los que él mismo Dr. Watson participa.

Otro ejemplo del narrador testigo es el sargento totó en la pantera rosa.

Aquí el sargento totó expresa y relata los sucesos que realiza el inspector Clouseau.


narrador testigo segunda persona:

.- Cuando el narrador testigo actúa en segunda persona cuando participa de los sucesos y los describe, pero no es el protagonista principal, aparenta una descripción para sí mismo

El narrador testigo relata en tercera persona narra sin participar en absoluto, solo por observar los sucesos.

En literatura es muy usada esta figura literaria, el manejo de los diálogos y puede llegar a ser un testigo anónimo.

ejemplos de narrador omnisciente:

“Llamas telefónicas”, Roberto Bolaños

Una noche en que no tiene nada que hacer, B consigue, tras dos llamadas telefónicas, ponerse en contacto con X. Ninguno de los dos es joven y eso se nota en sus voces que cruzan España de una punta a la otra. Renace la amistad y al cabo de unos días deciden reencontrarse. Ambas partes arrastran divorcios, nuevas enfermedades, frustraciones.

Cuando B toma el tren para dirigirse a la ciudad de X, aún no está enamorado. El primer día lo pasan encerrados en casa de X, hablando de sus vidas (en realidad quien habla es X, B escucha y de vez en cuando pregunta); por la noche X lo invita a compartir su cama. B en el fondo no tiene ganas de acostarse con X, pero acepta. Por la mañana, al despertar, B está enamorado otra vez.

“Bola de sebo” Guy de Maupassant

Al cabo de algunos días, y disipado ya el temor del principio,se restableció la calma. En muchas casas un oficial prusiano compartía la mesa de una familia. Algunos, por cortesía o por tener sentimientos delicados, compadecían a los franceses y manifestaban que les repugnaba verse obligados a tomar parte activa en la guerra. Se les agradecían esas demostraciones de aprecio, pensando, además, que alguna vez sería necesaria su protección. Con adulaciones, acaso evitarían el trastorno y el gasto de más alojamientos.

¿A qué hubiera conducido herir a los poderosos, de quienes dependían? Fuera más temerario que patriótico. Y la temeridad no es un defecto de los actuales burgueses de Ruán, como lo había sido en aquellos tiempos de heroicas defensas, que glorificaron y dieron lustre a la ciudad. Se razonaba -escudándose para ello en la caballerosidad francesa- que no podía juzgarse un desdoro extremar dentro de casa las atenciones, mientras en público se manifestase cada cual poco deferente con el soldado extranjero. En la calle, como si no se conocieran;pero en casa era muy distinto, y de tal modo lo trataban, que retenían todas las noches a su alemán de tertulia junto al hogar, en familia.

“El banquete” Julio Ramón Ribeyro

Aquel fue un día de fiesta, salió con su mujer al balcón par contemplar su jardín iluminado y cerrar con un sueño bucólico esa memorable jornada. El paisaje, sin embargo, parecía haber perdido sus propiedades sensibles, pues donde quiera que pusiera los ojos, don Fernando se veía a sí mismo, se veía en chaqué, en tarro, fumando puros, con una decoración de fondo donde (como en ciertos afiches turísticos) se confundían lo monumentos de las cuatro ciudades más importantes de Europa. Más lejos, en un ángulo de su quimera, veía un ferrocarril regresando de la floresta con su vagones cargados de oro. Y por todo sitio, movediza y transparente como una alegoría de la sensualidad, veía una figura femenina que tenía las piernas de un cocote, el sombrero de una marquesa, los ojos de un tahitiana y absolutamente nada de su mujer.

El día del banquete, los primeros en llegar fueron los soplones. Desde las cinco de la tarde estaban apostados en la esquina, esforzándose por guardar un incógnito que traicionaban sus sombreros, sus modales exageradamente distraídos y sobre todo ese terrible aire de delincuencia que adquieren a menudo los investigadores, los agentes secretos y en general todos los que desempeñan oficios clandestinos.


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