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El cuento de César Dávila Andrade se presta en gran medida para hacer una crítica psicoanalítica, en las dos vertientes de las cuatro posibles según Terry Eagleton: en relación con la psicología del autor y con el análisis del contenido del texto (personajes y símbolos en la obra).
Empezaremos con el análisis del contenido. Tenemos al personaje principal: un hombre solitario y pobre que lucha por sobrevivir vendiendo chucherías. Un buen día, empieza a tener problemas con su voz y su garganta mientras bebía alcohol con unos oficiales de una panadería que se hallaban en huelga. Podemos empezar ya a desenredar el ovillo edípico. Dos hechos nos invitan a sospechar que el personaje arrastra un conflicto desde la infancia: la bebida de alcohol y su consecuencia sobre la voz del personaje. Estos hechos tienen que ver con la oralidad, que es una de las etapas del desarrollo psicosexual planteadas por Freud. Estas etapas son progresivas en un desarrollo normal, se van superando por otras, en mecanismos que van de la puerilidad a la madurez de la personalidad. Cuando hay algún conflicto, el individuo no supera la etapa en la que se encuentra y se produce una fijación. No sabemos si el personaje era bebedor frecuente, pero el hecho que la bebida haya desencadenado el problema junto con la angustia que la merma de la voz provoca en el hombre nos hace suponer que este posee una fijación oral.
Con la angustia creciente que la interrupción de las facultades normales de su voz le produce, el protagonista empieza a deambular por la ciudad, con la molestia interna que crece vertiginosamente. De pronto mira a una chica y se activa una emoción positiva: “Una ola suave y súbita de ternura le obligó a detenerse. Tomó apresuradamente un anillo y le obsequió.” Al hombre que no le conocemos ningún tipo de relación cercana con otro ser humano siente de pronto la necesidad de vínculo afectivo. Acaso la imagen de la muchacha le recordó la imagen de su madre. Acaso la mancha de carbón en la nariz le trajo a la memoria a su madre que era fondera y que muy posiblemente tenía la nariz siempre manchada por los oficios de la cocina. En todo caso sabemos que una imagen femenina es capaz de movilizar los sentimientos de este ser aparentemente plano en lo emocional. Acto siguiente el personaje rechaza la visión de una pareja en un proceso de seducción, a quienes califica de “tontos”.
Nuestro héroe no cree en la pareja, en la familia, en la amistad. No cree en las relaciones interpersonales, ni siquiera en las más superficiales. Ignora quienes son su vecinos. Vive para sus ventas y para anunciar a gritos su mercadería. Pero sabemos que mantiene un profundo conflicto interior. Y podemos sospechar que tiene que ver con su madre. Cuando la angustia del personaje crece hasta el horror de una muerte inminente piensa inmediatamente en regresar a su aldea natal, junto con su hermano y su madre. Esto nos lleva a pensar que el dejó el hogar, mientras su hermano vive aún con su madre. Y nos lleva a la pregunta: ¿por qué? ¿Qué lo motivó a alejarse de su madre y su hermano? Para contestar primero debemos entender que si el hombre añora volver con su madre en la proximidad de la muerte se debe a que existe en efecto un profundo vínculo emocional con ella. Aquí entonces cabe otra pregunta: ¿dónde está el padre? La ausencia del padre nos da la pista para establecer la existencia del conflicto de Edipo no resuelto.
Freud planteó el complejo de Edipo de la siguiente manera: el primer objeto de placer para un infante es la madre, o el pezón de la madre. El exceso de lactancia o su ausencia produce la fijación oral. Una de estas opciones puede haber ocurrido para la fijación oral del protagonista. El infante tiene entonces esta relación íntima y egoísta con la madre. Al crecer, el infante se da cuenta de que existe una figura paterna que compite con él por la atención de su madre. Entonces siente deseos sádicos por el padre, quiere matarlo; luego reprime sus deseos sádicos pues entiende que el padre lo supera en magnitud y que lo puede castrar. El miedo a la castración hace que el niño se fuerce a resolver el conflicto de Edipo, al identificarse ahora con el padre, como un modelo a seguir, con la esperanza de encontrar algún día a alguien como su madre, que es su modelo de objeto de placer.
Volviendo al cuento de Dávila Andrade, la ausencia del padre y la urgencia de la madre nos remiten al conflicto edípico no resuelto. Tal vez el padre nunca existió, en cuyo caso la relación madre hijo creció de forma patológica; tal vez el hermano, si fue menor, desencadenó el conflicto al robarle la atención materna. Esta hipótesis concuerda con la alienación del personaje. Sintiéndose abandonado por su madre, con quien estaba relacionado de manera patológicamente dependiente, abandona el hogar y abandona toda posibilidad de contacto humano cercano, pues tiene en el fondo un miedo inconmensurable a ser abandonado otra vez.