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La primera vacuna contra la viruelaAutor y lugar:
Miguel Ángel VázquezContenido:
Una vacuna es un preparado de antígenos (partes de un patógeno o una versión débil o muerta del mismo) ante cuya presencia el organismo monta una respuesta inmunitaria que le prepara para rechazar en el futuro al verdadero patógeno. Su nombre proviene de una palabra latina que significa 'vacuno', debido a que su nacimiento está relacionado con este animal. La historia atribuye a Edward Jenner la autoría de la primera vacuna, pero su descubrimiento resulta muy instructivo de los errores que rodean en ocasiones la investigación médica y de los progresos que hemos realizado a este respecto.Jenner nació en Escocia en 1749. En esa época, la viruela era una enfermedad muy temida y sus frecuentes brotes (favorecidos por la escasa higiene general) provocaban la muerte de entre el 10 y el 30% de las personas que la contraían. Sin embargo, no sólo se temía la muerte, ya que los que sobrevivían quedaban literalmente marcados por la enfermedad, que dejaba unas cicatrices en la piel (las denominadas "picaduras de viruela") que podían deformar el rostro del enfermo.Desde el primer momento, Jenner se interesó por esta dolencia y decidió investigar el rumor de que las personas que se hallaban en contacto con vacas y caballos parecían inmunes a ella. Comprobó que, en efecto, se infectaban por una especie de viruela animal que les provocaba unas pocas heridas (por lo general en las manos, con lo que se evitaba la temida deformación del rostro) y, posteriormente, parecían ser resistentes a la variedad humana. Jenner postuló que las viruelas bovina, equina y humana eran variantes de la misma enfermedad, pero que, por algún motivo, al pasar a los animales se debilitaba y, así, las personas que trabajaban con ellos se estaban exponiendo a una versión menos agresiva. Como la enfermedad sólo podía padecerse una vez, quedaban de este modo a salvo de las versiones más virulentas.En 1796, Jenner se sintió lo suficientemente seguro como para probar su teoría, aunque el método elegido hoy nos escandalizaría (y es probable que hubiera llevado al investigador a la cárcel). Tomó líquido de las pústulas de una mujer con la viruela bovina y se lo inyectó a un niño de ocho años. Meses más tarde, inoculó al mismo niño, esta vez con la temible viruela humana.
Afortunadamente, tenía razón y se comprobó que el niño era inmune. Algunos años después, se iniciaron campañas de vacunación entre la población, lo que supuso el primer paso hacia su erradicación (fue declarada por la OMS como erradicada en 1980).Lo que no recogen muchos libros de texto es que, aunque a Jenner hay que atribuirle la investigación médica, los prejuicios y la misoginia retrasaron casi 80 años el descubrimiento de la primera vacuna, ya que no era la primera vez que se planteaba en Inglaterra la posibilidad de que la prevención de la viruela estuviera en las formas más benignas de la enfermedad, como resultó ser. De hecho, no fue el primero en "vacunar" a un niño: en 1718, una noble inglesa descubrió en un viaje a Turquía que algunas personas se infectaban deliberadamente con formas leves de la enfermedad para protegerse y ella misma lo hizo con sus hijos. No obstante, la clase médica no se mostró muy proclive a dejarse aleccionar por una mujer o unos "salvajes", y esta sugerencia de investigación tuvo que esperar casi un siglo en dar fruto.
Hoy en día, la investigación en vacunas contra el VIH es muy distinta, y no sólo porque se ha decidido excluir la posibilidad de inocular versiones debilitadas del virus (debido al enorme riesgo de mutacióndentro del organismo).Por un lado, el reto de descubrir una vacuna es tan grande que es necesaria una colaboración entre los distintos equipos de investigadores y, a diferencia del caso del virus Variola (causante de la viruela), parece evidente que no es posible elaborar una vacuna contra el VIH de forma empírica sin conocer en detalle su estructura o forma de infección.Por otro lado, para probar los resultados actualmente se recurre a unos ensayos diseñados no sólo de forma adecuada para la ciencia, sino que, al mismo tiempo, se atengan a criterios éticos.De este modo, a diferencia de la prueba mencionada en la que se realizó una inoculación a un único niño, probablemente ignorante de lo que le podría suceder, los modernos ensayos se realizan con un número elevado de personas (de manera que se puedan extraer de ellos conclusiones que excluyan la simple casualidad) y con el compromiso ético de mantenerlas siempre informadas sobre los posibles riesgos y beneficios, de ofrecerles siempre la posibilidad de retirarse en cualquier momento, de garantizarles atención médica en cualquier caso y, en los países en vías de desarrollo, de aprovechar estos ensayos para mejorar la situación de las comunidades en las que se realiza.
Miguel Ángel VázquezContenido:
Una vacuna es un preparado de antígenos (partes de un patógeno o una versión débil o muerta del mismo) ante cuya presencia el organismo monta una respuesta inmunitaria que le prepara para rechazar en el futuro al verdadero patógeno. Su nombre proviene de una palabra latina que significa 'vacuno', debido a que su nacimiento está relacionado con este animal. La historia atribuye a Edward Jenner la autoría de la primera vacuna, pero su descubrimiento resulta muy instructivo de los errores que rodean en ocasiones la investigación médica y de los progresos que hemos realizado a este respecto.Jenner nació en Escocia en 1749. En esa época, la viruela era una enfermedad muy temida y sus frecuentes brotes (favorecidos por la escasa higiene general) provocaban la muerte de entre el 10 y el 30% de las personas que la contraían. Sin embargo, no sólo se temía la muerte, ya que los que sobrevivían quedaban literalmente marcados por la enfermedad, que dejaba unas cicatrices en la piel (las denominadas "picaduras de viruela") que podían deformar el rostro del enfermo.Desde el primer momento, Jenner se interesó por esta dolencia y decidió investigar el rumor de que las personas que se hallaban en contacto con vacas y caballos parecían inmunes a ella. Comprobó que, en efecto, se infectaban por una especie de viruela animal que les provocaba unas pocas heridas (por lo general en las manos, con lo que se evitaba la temida deformación del rostro) y, posteriormente, parecían ser resistentes a la variedad humana. Jenner postuló que las viruelas bovina, equina y humana eran variantes de la misma enfermedad, pero que, por algún motivo, al pasar a los animales se debilitaba y, así, las personas que trabajaban con ellos se estaban exponiendo a una versión menos agresiva. Como la enfermedad sólo podía padecerse una vez, quedaban de este modo a salvo de las versiones más virulentas.En 1796, Jenner se sintió lo suficientemente seguro como para probar su teoría, aunque el método elegido hoy nos escandalizaría (y es probable que hubiera llevado al investigador a la cárcel). Tomó líquido de las pústulas de una mujer con la viruela bovina y se lo inyectó a un niño de ocho años. Meses más tarde, inoculó al mismo niño, esta vez con la temible viruela humana.
Afortunadamente, tenía razón y se comprobó que el niño era inmune. Algunos años después, se iniciaron campañas de vacunación entre la población, lo que supuso el primer paso hacia su erradicación (fue declarada por la OMS como erradicada en 1980).Lo que no recogen muchos libros de texto es que, aunque a Jenner hay que atribuirle la investigación médica, los prejuicios y la misoginia retrasaron casi 80 años el descubrimiento de la primera vacuna, ya que no era la primera vez que se planteaba en Inglaterra la posibilidad de que la prevención de la viruela estuviera en las formas más benignas de la enfermedad, como resultó ser. De hecho, no fue el primero en "vacunar" a un niño: en 1718, una noble inglesa descubrió en un viaje a Turquía que algunas personas se infectaban deliberadamente con formas leves de la enfermedad para protegerse y ella misma lo hizo con sus hijos. No obstante, la clase médica no se mostró muy proclive a dejarse aleccionar por una mujer o unos "salvajes", y esta sugerencia de investigación tuvo que esperar casi un siglo en dar fruto.
Hoy en día, la investigación en vacunas contra el VIH es muy distinta, y no sólo porque se ha decidido excluir la posibilidad de inocular versiones debilitadas del virus (debido al enorme riesgo de mutacióndentro del organismo).Por un lado, el reto de descubrir una vacuna es tan grande que es necesaria una colaboración entre los distintos equipos de investigadores y, a diferencia del caso del virus Variola (causante de la viruela), parece evidente que no es posible elaborar una vacuna contra el VIH de forma empírica sin conocer en detalle su estructura o forma de infección.Por otro lado, para probar los resultados actualmente se recurre a unos ensayos diseñados no sólo de forma adecuada para la ciencia, sino que, al mismo tiempo, se atengan a criterios éticos.De este modo, a diferencia de la prueba mencionada en la que se realizó una inoculación a un único niño, probablemente ignorante de lo que le podría suceder, los modernos ensayos se realizan con un número elevado de personas (de manera que se puedan extraer de ellos conclusiones que excluyan la simple casualidad) y con el compromiso ético de mantenerlas siempre informadas sobre los posibles riesgos y beneficios, de ofrecerles siempre la posibilidad de retirarse en cualquier momento, de garantizarles atención médica en cualquier caso y, en los países en vías de desarrollo, de aprovechar estos ensayos para mejorar la situación de las comunidades en las que se realiza.
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