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Una lengua desaparece cuando se extinguen sus hablantes, se clasifican en ‘situación crítica’ cuando solo los abuelos y los más ancianos la conocen y la usan parcialmente y con escasa frecuencia y está seriamente en peligro cuando únicamente los abuelos y las personas de generaciones viejas la hablan, mientras los miembros jóvenes de la comunidad la comprenden medianamente.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección:
Según los expertos, en el mundo existen unas seis mil lenguas, de las cuales, como lo muestra el Atlas de lenguas en peligro de extinción, de la Unesco, 2.465 están en peligro de desaparecer. En Ecuador, según este Atlas, cuya última actualización es de 2010, 14 lenguas se encuentran en peligro, es decir, todas las lenguas ancestrales. En este mapa se ubica a las lenguas en distintos niveles de peligro de extinción y se incluye a las lenguas extintas en los últimos 50 años. En nuestro país se ubica como extintas al andoa y al tetete, ambas de la Amazonía. Se encuentran en peligro crítico el zápara y el sia pedede. Tal vez nunca hayamos oído hablar de estas y mucho menos hayamos oído a alguien comunicarse en ellas, pero lo cierto es que son parte de nuestro patrimonio cultural, y perder una lengua significa perder una cultura y lo que esta implica: cosmovisiones, conocimientos medicinales, gastronómicos y mucho más. Se considera que un idioma está extinto cuando ha muerto la última persona que lo hablaba como lengua materna. Las lenguas desaparecen por varios motivos, sobre todo porque las desplazan lenguas dominantes o consideradas de mayor prestigio. En el caso de nuestro país, al ser el español la lengua oficial, ha ganado terreno en relación con las otras lenguas, pues se usa para resolver asuntos oficiales y para la educación. De hecho, incluso la educación ‘bilingüe’ privilegia el aprendizaje del inglés, por considerarlo más práctico que los idiomas ancestrales. Las migraciones también determinan la pérdida de la lengua materna, pues sus hablantes dejan de usarla para hablar el idioma del lugar donde se encuentran. En la mayoría de los casos, hablar el segundo idioma, incluso en el ámbito doméstico, es un mecanismo de supervivencia y una forma de mimetizarse con culturas que miran a lo ancestral como inferior. La vergüenza que genera este estereotipo es otro factor que determina la muerte de una lengua. Vergüenza inculcada por grupos dominantes, que históricamente incluso han castigado a los grupos dominados por hablar su lengua. Por estas razones, son múltiples los testimonios que hablan de padres que obligan a sus hijos a comunicarse en una segunda lengua y a dejar la materna de lado. También actores económicos llevan a la desaparición de las lenguas. En nuestro país, por ejemplo, las actividades extractivas y madereras en la Amazonía determinan la desaparición de las culturas, pues obligan a los pueblos ancestrales a moverse de sus comunidades, a dispersarse o a integrarse en el mundo capitalista, hasta olvidar, voluntaria o involuntariamente, sus raíces. No es una casualidad que las lenguas y las culturas más amenazadas se encuentren precisamente donde más se violan los derechos de las comunidades. Al quitarles su bosque, el ámbito donde desarrollan su cultura y sus saberes, se les usurpa su patrimonio lingüístico. Para que las lenguas se revitalicen no es necesario crear estrategias que parecen interesantes en el papel pero carecen de aplicaciones prácticas, ni es suficiente buscar mecanismos para fijar en la escritura su oralidad. Para que las lenguas no mueran, y con ellas los conocimientos, es indispensable que se establezcan políticas públicas en las que se trabaje con los mismos hablantes, y se incentive la creación y el orgullo por sus ancestros. Es necesario darles espacio en los medios de comunicación, no como una nota de color sino como un compromiso social por conservar el patrimonio. Y es indispensable que se respeten sus espacios, porque ahí es donde está nuestra herencia.