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Entre el mundo azteca-maya y el mundo andino de los incas, en el área colombiana y venezolana que los españoles llamaron virreinato de Nueva Granada, vivían los chibchas (término que significa pobladores), que se extendían desde Nicaragua hasta el Ecuador. No formaron nunca un imperio homogéneo, que hubiera sido un puente cultural entre mayas e incas, sino que más bien fueron siempre un mosaico de muchos grupos diversos, en estado de guerra habitual, con cierta treguas, y separados entre sí por más de cien lenguas diversas. Ni siquiera hay, según parece, acuerdo general sobre qué pueblos pueden ser incluídos bajo el nombre de chibchas.
Los chibchas más importantes de la zona colombiana eran los llamados muiscas, que vivían en el altiplano de Bogotá, y también en las regiones andinas de Popayán, Antioquía y Cartago. Más al este, los chibchas de las tierras hoy venezolanas se dividían en tres grupos fundamentales, arauacos, caribes y tupíguaraníes. Estos grupos indígenas alcanzaron niveles culturales bastante diferentes, y según su localización geográfica experimentaron influjos del norte maya o del sur incaico. En todo caso, los chibchas mostraron también una cierta cultura propia, alguno de cuyos rasgos irradió a las regiones vecinas.
Al decir de Krickeberg, los chibchas «aparecen como los maestros por excelencia de la elaboración de objetos de oro y de la aleación de oro y cobre», de modo que sus obras de orfebrería «superan incluso a las del imperio incaico» (347,350). Pectorales y yelmos, narigueras y grandes discos repujados, colgantes con figuras de hombres o animales, con un realismo a veces extraordinario, causan todavía hoy en los museos especializados verdadera admiración.
Los orfebres chibchas descubrieron técnicas avanzadas, realizaron bellísimas combinaciones de oro y piedras preciosas, y practicaron aleaciones de gran valor. También conocieron una hermosa cerámica y llegaron a contruir en algunas partes terrazas para el cultivo, así como calzadas perfectamente empedradas. Apenas tuvieron en cambio edificaciones notables de piedra, fuera de las que se produjeron entre los tairona y los andaqui.
Los muiscas del altiplano de Bogotá -los moscas, de las antiguas crónicas hispanas-, alcanzaron los niveles más altos de la cultura chibcha en lo referente a la vida social y religiosa. Fueron buenos cultivadores y comerciantes, construyeron calzadas con almacenes y alojamientos de trecho en trecho, y usaron vestidos de algodón, al estilo de los incas.
Otro amplio grupo étnico fue el de los caribes, cuyo primer asiento parece haber sido en Brasil, y que pudieron entrar en Colombia por el Orinoco y por el Magdalena. Sus principales pueblos eran los panches, muzos, pijaos, quimbayas, catíos, chocoes y motilones.
Costumbres y religiosidad
Apenas es posible hacer afirmaciones generales sobre un conjunto de grupos indios tan diferentes. Según parece, generalmente los chibcha no conocieron el vestido, fuera de algunos taparrabos, y eran en cambio aficionados a los tatuajes, collares y pectorales, orejeras y narigueras. Los jefes indígenas tenían una gran autoridad, y ellos, lo mismo que los guerreros más destacados y la casta de principales, tenían muchas mujeres y muchos esclavos. No eran raros los matrimonios con hermanas o sobrinas, y tampoco lo eran los abortos provocados, pues las casadas no querían cargarse de hijos demasiado pronto.
El claretiano Carlos E. Mesa, colombiano, a quien principalmente seguimos en su estudio sobre las Creencias religiosas de los pueblos indígenas que habitaban en el territorio de la futura Colombia (111-142), que se apoya en las informaciones de Gonzalo Jiménez de Quesada (1510-1579), el conquistador de Nueva Granada, y del santafereño Fernández de Piedrahita (1624-1688), obispo historiador, así como en las antiguas crónicas del dominico Alonso de Zamora y del franciscano Pedro Simón.
Los chibchas tenían cierta idea de un dios superior, invisible y omnipotente, aunque también daban culto al sol, por su hermosura, a la luna, que consideraban su esposa, y a numerosos dioses subordinados, señores de las lluvias y de los fenómenos de la naturaleza. Tenían también memoria de héroes legendarios, que dieron origen a las costumbres y ceremonias, a los diversos oficios y artesanías.
Quizá el más importante de ellos es el mito de Nemqueteba, hombre blanco de largas barbas, venido del oriente a comienzos de la era cristiana, y que fue una especie de evangelizador misterioso, al estilo del Quetzalcoatl mexicano. Por lo demás, tenían estos pueblos una cierta idea de que la suerte de los difuntos era diversa después de la muerte, según la conducta que habían tenido en este mundo.
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