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La incongruencia entre los padres perjudica el desarrollo emocional de los hijos
La congruencia a la hora de actuar de los padres es un factor clave en la educación de los hijos, tan relevante para su correcto desarrollo emocional como que exista un equilibrio entre el control y el afecto parental. Así lo ponen de manifiesto los resultados de diversas líneas de investigación psicológica desarrolladas desde la UNED, que también apuntan que las madres tienen mayor implicación en la crianza.
“El control y la supervisión de los padres suponen un marco de referencia a la hora de hacer cumplir normas o imponer ciertos límites a los hijos, por lo que, si este control no existe o es contradictorio, repercute en el ajuste emocional de los hijos, generando efectos negativos en su conducta”, explica Miguel Ángel Carrasco, profesor titular del departamento de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
Este fenómeno, denominado consistencia o inconsistencia interparental, hace referencia al grado de concordancia y coherencia entre el padre y la madre en sus hábitos de crianza. Los estudios llevados a cabo por Carrasco revelan que la congruencia en el comportamiento de los progenitores constituye un elemento fundamental para garantizar un correcto desarrollo psico-social de los hijos.
En este sentido, el acuerdo entre los padres es “un indicador de paternidad efectiva”, puntualiza el investigador, puesto que un contexto consistente conformado por un ambiente congruente, predecible y estructurado para los hijos genera seguridad y un entorno adecuado para el aprendizaje y el desarrollo. El caso contrario, la inconsistencia interparental, puede ocasionar, en función de su grado, la aparición de problemas emocionales y de conducta en los hijos, pudiendo presentarse manifestaciones agresivas (físicas o verbales) o depresivas.
Carrasco añade que es preciso “concienciar a los padres” de la importancia de sus propios comportamientos, a la vez que aboga por “propiciar pautas y estrategias compartidas entre el padre y la madre para manejar las contingencias que regulan el comportamiento de los hijos en el contexto familiar, tales como consensuar y negociar entre ambos, previamente a su implantación, los premios y castigos o los estímulos facilitadores o inhibidores de determinadas conductas”. No obstante, el comportamiento paterno “que se combina con cariño es el que mejores efectos tiene sobre la regulación futura de los hijos”, matiza el investigador.
Una cultura con roles de género
Especialista en la investigación psicológica de la conducta durante la infancia y la adolescencia, Miguel Ángel Carrasco también ha analizado la crianza desde el punto de vista de los propios hijos, atendiendo a lo que éstos perciben sobre la actuación de sus padres. Así, un estudio con alrededor de 1.200 chicos de entre 8 y 16 años concluyó que los hijos, en general, perciben que sus madres presentan mayor grado de comunicación, afecto, diálogo y preocupación que los padres.
La constatación de este desequilibrio en la crianza, con una mayor implicación de las madres, puede explicarse porque “aún impera en nuestra cultura una tipificación rígida de los roles de género”, argumenta.
En cuanto a cómo perciben los hijos el poder y el prestigio de sus padres, los resultados preliminares de otra línea de investigación abierta por el experto reflejan que aquellos padres que son percibidos por los hijos con un mayor poder y prestigio tienen una mayor influencia en el ajuste emocional de éstos.
Todos estos estudios tienen la particularidad de realizarse desde la perspectiva de los propios hijos, prestando atención a su percepción de la crianza, lo cual constituye una vía de investigación válida en el campo de la psicología, pues está demostrando que la información obtenida es fiable e, incluso, en ocasiones más coherente que la suministrada por los propios padres. De hecho, los investigadores han notado cómo los progenitores se ven influenciados por lo que denominan deseabilidad social, es decir, la necesidad de ‘quedar bien’ en sus respuestas ante los investigadore