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Yrigoyen asume al poder el 12 de Octubre de 1916. Una multitud vocinglera y entusiasta marcha desde la plaza del Congreso hasta la casa de Gobierno, llevando en andas al caudillo radical que acaba de jurar como Presidente de la Nación. El nombre de Hipólito Yrigoyen es coreado entre vítores que expresan tanto el júbilo como la esperanza. El nuevo Presidente ha llegado al gobierno por obra del voto popular, después de muchos años de abstención en los comicios a manera de repudio contra el sistema impuesto por el régimen. Con él ha triunfado su larga prédica en favor de la causa regeneradora, tendiente a restaurar, según su doctrina, el ejercicio de la soberanía que “en una hora fatal”, los gobiernos han arrebatado al pueblo argentino. Grande es la expectativa en todas las esferas. Yrigoyen ha concitado los votos de 372.810 ciudadanos, entre los que hay desde grandes estancieros hasta peones de campo, desde industriales hasta obreros aunque el predominio, según la opinión general, es de los nuevos estamentos de intelectuales, comerciantes, chacareros, empleados diversos, en fin, qué constituyen la clase media ávida de intervenir en el manejo de la política. Los 351.099 votantes que, en distintas proporciones, se han pronunciado por los candidatos de los partidos Conservador, Demócrata Progresista y Socialista, tienen serias dudas sobre las posibilidades de que Yrigoyen pueda llevar a cabo una obra efectiva de gobierno, en tanto se desconocen sus planes político-económicos y el Presidente, al asumir el mando, nada dice en cuanto al programa de acción gubernativa que piensa poner en obra.