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En España, los jesuitas fueron expulsados del reino de Nápoles, y pocos meses después, en 1768, del ducado de Parma (ambos vinculados a la Casa de Borbón, pero con otros soberanos).
El propio papa Clemente XIV (proveniente de la orden franciscana), presionado por la mayor parte de las cortes católicas (la única importante que no los había expulsado era la austríaca), accedió a disolver la Compañía, muchos de cuyos miembros se habían reubicado en los propios Estados Pontificios, mediante el breve Dominus ac Redemptor, de 21 de julio de 1773.
Las expulsiones afectaron a la presencia de la Compañía de Jesús en los imperios coloniales de cada una de esas potencias (Imperio portugués, Imperio francés, Imperio español), donde previamente se había visto inmersa en serios conflictos (reducciones jesuíticas, expulsión de los jesuitas de Brasil en 1754 -cinco años antes que en la metrópoli-), que estuvieron entre las causas del movimiento anti jesuítico en Europa.
En 1594, de Francia, por el rey Enrique IV.
En 1605, de Inglaterra, por la reina Isabel I.
En 1606, de la República de Venecia, por el enfrentamiento de sus autoridades con el Papa.
En 1615, de Japón, por el shogun Tokugawa Ieyasu
En 1639, de Malta.