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La leyenda El Dorado se extendió velozmente entre los conquistadores y exploradores del nuevo mundo. Por lo que inspiro la forma de actuar de los europeos en América, ya que éstos estaban cesgados por la ambición y el deseo de llegar al gran paraiso de oro.
Pues El Dorado era una legendaria ciudad o reino, al parecer localizado en tierras del antiguo Virreinato de Nueva Granada, en unas regiones donde se pensaba que aguardaban voluminosas minas de oro.
La increible existencia de un reino dorado inspiró múltiples expediciones y se mantuvo constante hasta el siglo XIX, moviendo su localización desde Colombia hacia las Guayanas, paulatinamente se avanzaba en la etapa de conquista y colonización del territorio sudamericano.
El origen del mito de El Dorado, el más famoso de cuantos estimularon la exploración y conquista del continente americano, se remonta al año 1534, en que un indio del territorio que hoy ocupa Colombia reveló a los españoles una de las ceremonias rituales del cacique Guatavita, que había de despertar la codicia de soldados y aventureros.
Basada en un hecho cierto, según se ha podido comprobar al estudiar las costumbres de los chibchas, la leyenda del indio dorado fue divulgada por los conquistadores, se extendió por el norte de América Meridional, descendió al Perú, y de allí pasó, algunos años más tarde, al Río de la Plata; pero no tardó en asimilar nuevos y fabulosos elementos que la desvirtuaron totalmente.
Basada en un hecho cierto, según se ha podido comprobar al estudiar las costumbres de los chibchas, la leyenda del indio dorado fue divulgada por los conquistadores, se extendió por el norte de América Meridional, descendió al Perú, y de allí pasó, algunos años más tarde, al Río de la Plata; pero no tardó en asimilar nuevos y fabulosos elementos que la desvirtuaron totalmente.
En busca de El Dorado salieron muchas expediciones, tantas que en 1538, y en el plazo de una semana concidieron en las ya desoladas zonas de Guatavita las tres que dirigían Belalcázar, Federmann y Jiménez de Quesada, procedentes del Perú, Venezuela y Santa Marta, respectivamente.
Sir Walter Raleigh sobresale entre los extranjeros a quienes deslumbró la célebre leyenda, y que llegaron a América en pos de una quimera que tuvo también en Europa fervorosos propagandistas.