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El cambio tecnológico es clave para el desarrollo de la agricultura y la mejora de los ingresos de los agricultores. Su importancia radica en que la producción agropecuaria depende de un factor fijo, la tierra, y comercializa sus productos en mercados sobre cuyos precios los agricultores no pueden ejercer influencia. Por lo tanto, el ingreso de los productores depende directamente de la productividad de sus recursos. Estas restricciones incentivan la permanente incorporación de tecnología, única vía para lograr el sostenido incremento de los ingresos. Si en vez de considerar la situación de cada productor se mira a escala del país, la situación es similar, aunque con algunas variantes.
El continuo deterioro de la participación argentina en los mercados agropecuarios a lo largo de buena parte del siglo XX fue reflejo directo del bajo nivel de incorporación de nuevas tecnologías y el consecuente estancamiento de su productividad. En los últimos años, principalmente por el auge de la soja transgénica (que actuó como impulsora de otros factores latentes), se revirtieron esas tendencias y comenzó un ciclo de gran dinamismo. Se duplicó la producción anual de cereales y oleaginosas, la cual aumentó de 35 a más de 70 millones de toneladas entre mediados de la década del 80 y la actualidad.