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El encuentro de los aztecas en la resistencia indigena tuvo lugar en noviembre de 1519 en el paso elevado del sur que conducía desde tierra firme, cruzando el lago de México, a la capital de Moctezuma, Tenochtitlán, corazón de la actual ciudad de México. Cortés llegó con cuatrocientos o quinientos europeos, acompañado de porteadores y siervos de tribus indígenas no aztecas, a las que había convencido para que lo sirviesen. Esas tribus apoyaban convencidas a un jefe militar extranjero que podría ayudarles a derrotar a los aztecas.
Cortés y sus compañeros, como Pedro de Alvarado o Gonzalo de Sandoval (la mayoría de los capitanes procedían del oeste de España, de Extremadura), iban a caballo y la visión de los hermosos caballos españoles causaba gran impresión. Tenían también algunos perros de presa que resultaban igualmente inquietantes para los aztecas, y algún cañón transportado en carros, dando así por primera vez entrada a la rueda en la imaginación azteca. Además, eran arcabuceros capaces de causar una detonación violenta, aunque su disparo no fuese muy preciso. Los caciques españoles llevaban una armadura de hierro que podría parecer pesada, pero ciertamente resultaba una ayuda para la propaganda cristiana.
Probablemente los aztecas ya habrían oído hablar de las largas y amenazadoras espadas de los españoles, que ya habían sido blandidas, con resultados mortales, en el viaje hacia la costa.