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Históricamente la clase dominante desarrolla la utilísima habilidad de colonizar la ideología de la clase dominada. Eso explica la existencia de trabajadoras y trabajadores actuando en contra de sus propios intereses de clase y defendiendo los intereses de sus enemigos. Así ha sido, así es y así será, en tanto las trabajadoras y los trabajadores no desarrollen una robusta conciencia de su posición de clase en el marco de las relaciones de producción, distribución y consumo de bienes económicos en el sistema de explotación y alienación capitalista.
Para que proletarias y proletarios lleguen a creer que personajes –hoy en la Asamblea Nacional- como María Corina Machado, Gómez Sigala, Alfredo Ramos, o cualquiera de esa bancada representante de la burguesía les pueda ofrecer “conquistas” tales, como un aumento general de sueldos y salarios, derecho a vivienda propia o una pensión equivalente al salario mínimo para cada venezolana y venezolano, sólo es posible si existe una profunda debilidad en la conciencia de clase de esas trabajadoras y trabajadores. El depredador sólo puede asegurarle a la presa la muerte. Eso está en su naturaleza por más que desarrolle habilidades para engañar a la presa y esta se deje engañar. De allí que la gran batalla para la Revolución tenga lugar en la mente del pueblo. Allí la Revolución gana la batalla o pierde la guerra. La historia, ese profeta que mira hacia atrás, está allí para iluminar el camino e impedir nuevos y aún más graves errores. El 25 de este mes de marzo se cumplen 157 años de una de esos fraudes ideológicos de la clase dominante sobre el esclavo, el siervo, el trabajador, el dominado. El episodio arroja luz sobre la crueldad, la hipocresía y el cinismo de la clase oligarca. Veamos: